El 23 de septiembre de 1973 falleció el más grande poeta de América: Pablo Neruda. Habían transcurrido solo doce días del asesinato de Salvador Allende, elegido democráticamente presidente de la nación chilena.
Hoy, al recordar los hechos de hace 43 años, transcribo textualmente un fragmento una de mis Acotaciones sobre el tema: «No es fácil permanecer neutral al relacionar ambos acontecimientos. A raíz del cambio de gobierno, el presidente Pinochet (convertido prontamente en dictador) impidió el suministro de una droga que diariamente debía ingerir el Poeta –con mayúscula, como lo llama la escritora Isabel Allende a todo lo largo de su novela ‘La casa de los espíritus’. Es esta la razón por la cual la muerte de Neruda se le atribuye al dictador Pinochet».
La poesía de Pablo Neruda –cuyo verdadero nombre era Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, nacido el 12 de julio de 1904– está comprometida con el destino de América. Sus primeras obras rezuman un sentimentalismo personal, reflejo de sus años juveniles. Pero cuando comienza su período de madurez y su militancia política, en el partido comunista, Neruda comprende el valor que tiene la palabra como instrumento de persuasión. Un poema suyo, con solo su título demuestra esta polémica y comprometedora posición: ‘Hay que matar a Nixon’. En pocos versos el poeta recomienda, argumenta y justifica su vehemente petición.
Decía el vate chileno: “Si me preguntan qué es mi poesía debo decirles: no sé; pero si le preguntan a mi poesía, ella les dirá quién soy yo”. No se equivocaba el poeta, porque sobre sus poemas está volcada su recia personalidad. Cuando le preguntaron cómo y cuándo nació su vocación poética, Neruda respondió: “Muy atrás en mi infancia y habiendo apenas aprendido a escribir, sentí una vez una intensa emoción y tracé unas cuantas palabras semirrimadas, pero extrañas a mí, diferentes del lenguaje diario. Las puse en limpio en un papel, preso de una ansiedad profunda, de un sentimiento hasta entonces desconocido, especie de angustia y de tristeza. Era un poema dedicado a mi madre, es decir, a la que conocí por tal, a la angelical madrastra cuya suave sombra protegió toda mi infancia. Completamente incapaz de juzgar mi primera producción, se la llevé a mis padres. Ellos estaban en el comedor, sumergidos en una de esas conversaciones en voz baja que dividen más que un río el mundo de los niños y el de los adultos. Les alargué el papel con las líneas, tembloroso aún con la primera visita de la inspiración. Mi padre, distraídamente, lo tomó en sus manos, distraídamente lo leyó, distraídamente me lo devolvió, diciéndome: –¿De dónde lo copiaste?–. Y siguió conversando en voz baja con mi madre de sus importantes y remotos asuntos. Me parece recordar que así nació mi primer poema y que así recibí la primera muestra distraída de la crítica literaria».
Pablo Neruda residía en Isla Negra. Recordemos hoy al autor de obras y poemas tan conocidos como ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’, ‘Crepusculario’, ‘Tentativa del hombre infinito’, ‘Residencia en la tierra’, ‘El hondero entusiasta’, ‘España en el corazón’, ‘Canto general’, ‘Alturas de Machu Picchu’, ‘Que despierte el leñador’, ‘Los versos del capitán’, ‘Odas elementales’, ‘Cien sonetos de amor’, ‘Navegaciones y regresos’, ‘Canción de gesta’, ‘Cantos ceremoniales’, ‘Memorial de Isla Negra’, ‘La barcarola’, ‘Las piedras del cielo’ y ‘Confieso que he vivido’, entre otras.