Escrito por:
María Padilla Berrío
Columna: Opinión
e-mail: majipabe@hotmail.com
Twitter: @MaJiPaBe
Estudió economía en la Universidad Nacional de Colombia y actualmente se encuentra terminando sus estudios de Derecho en la Universidad de Antioquia. Nacida en Riohacha, radicada en Medellín. Ha realizado varias investigaciones académicas con la Universidad Nacional y se ha desempeñado como ponente en diversos eventos académicos a nivel nacional e internacional. En la actualidad es dependiente judicial y dirige el cine club de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia.
Hay cosas que uno jamás admite, como que llenaba los chismógrafos cuando estaba en el colegio, que le gustaba el hijo de la amiga de la mamá, que leía la revista "tú" o que veía Barney. Esas son cosas inadmisibles y revivirlas podría dar al traste con la poca integridad mental de una persona.
Pero bueno, esas son situaciones sin mucha trascendencia, siempre y cuando este tipo de confesiones no las lean los hijos de uno, o peor aún, los nietos.
Hay otras, menos ocultables pero igual de trascendentales, como admitir que "se ahogó", ¿No les ha pasado? A mí sí, ¡Siempre! Ya no sé ni para qué rayos voto, ni para qué me gasto ese ratico, siempre termino deprimida y de pelea con todo el mundo, ¿Cómo se les ocurre votar por esa bestia? Y el tiempo nos da la razón, a los derrotados en las urnas… ¡Son unas bestias! De suerte que nuestros candidatos no ganan, así podemos despotricar de todos y quejarnos con soltura, pues, nadie nos está señalando al candidato porque simplemente perdió.
Mis sutiles acercamientos con el sufragio, desde que uno empieza dizque a elegir "el personero" en el colegio, donde la cédula es el carné estudiantil, ese que, después de mil años, seguimos sin saber para qué servía, dieron cuenta, desde los comienzos de mi vida, de mi mala racha. Sólo sé que le atiné una única vez a un candidato, y no fue la vez que me lancé, porque, como uno tampoco quisiera admitir, terminé en la honrosa posición de perdedora cuando aspiré a la personería de mi colegio (espero que esto tampoco lo lea mi descendencia).
Pero bueno, qué le vamos a hacer, no tengo discurso para prometer ni siquiera las cosas que sí tengo la intención de cumplir, me da pena "pedir votos", me siento como pidiendo dinero, o limosna, o peor aún, "¡me colabora con una boleta para una rifa que juega el sábado!". Y no estoy desmeritando la labor de quienes venden algo, simplemente no es mi habilidad, en esta vida no fue, no vendo ni un vaso de agua en el Sahara a medio día.
El caso es que, retomando el tema de los eternos "ahogados", mi historia escolar se ancló en mi vida y, al parecer, piensa quedarse a vivir conmigo, aunque le hago mala cara y por ratos me da mal genio. Bueno, reconoceré que sí he ganado, sólo un candidato me resultó en las últimas elecciones de Alcaldes y Gobernadores. Dicen que el voto es secreto, pero qué le hace, admitiré abiertamente que voté por Fajardo, ese mechudo me cae lo más de bien, porque, como lo describió Vladdo alguna vez, no es "ni de izquierda ni de derecha, sino todo lo contrario".
Como todo político, tiene escándalos. Yo, sin embargo, opté por ayudarlo a montarse y me desentendí, allá ellos que se agarren, yo no tengo tiempo para eso, hay mucho altanero aspirante con quien pelear. Además, el solo hecho de haber quitado cualquier clase de recurso público destinado a "reinados de belleza" lo hace digno de mi admiración. Ha sido mi único triunfo en las urnas, y no me arrepiento. Es más, cuando salió electo, como todos los pronósticos, me sorprendí de haber atinado por primera vez.
Desde entonces, como no tuve que volver a entenderme de elecciones, me dediqué a fantasear con los candidatos de los comicios del 2014… ¡Y comenzó Cristo a padecer! Uno se da a la tarea de mirar esos candidatos y entra en crisis, ¡por suerte tenemos a Pékerman! Por lo menos lo que medio salvó el año fue la selección Colombia, con el cuento ese de la clasificación y lo de la cabeza de serie se nos olvidó un poco el asunto, pero la lesión de Falcao nos trajo de regreso, ¡Y volvimos!
Ahora resulta que, no sé si por el mal genio de dicha lesión, ningún candidato nos gusta, y de repente, el candidato que escogí desde el comienzo, el Blanco, que siempre se ahoga, resulta que repunta en las encuestas. De repente, se me pasa por la cabeza que mi mala racha con los candidatos terminó, que esta vez tampoco me voy a "ahogar", y lo mejor de todo, que lo voy a disfrutar como ningún otro triunfo. Ya iba siendo hora que dejáramos en claro que no los queremos, que estamos hartos de que vivan a sus anchas a costa de nosotros, ¡Nos cansamos! Ese es el resumen de lo que marcan las encuestas.