Los humanos tenemos que reactivar el espíritu creativo, sobre todo para reorientar las políticas sobre la humanidad y así poder reavivar una ciudadanía que cuide de nuestra propia casa común, recobrando la universalidad de los derechos humanos, que es lo que verdaderamente suscita un sosiego en el arte de vivir juntos. En consecuencia, estamos llamados a encauzar nuestra mirada hacia lo esencial, focalizando nuestra tarea en el propio hábitat y en el cuidado de los seres humanos más frágiles, persiguiendo además ese bien colectivo que nos fraternice de una vez por todas. Junto a este espíritu cooperante, se requieren además de otros lenguajes más verdaderos, directos al corazón de todas las culturas, que han de optar por el abecedario de la declaración de dignidad e igualdad de derechos para todas las personas. Más en un tiempo como el actual, que nos enfrentamos a multitud de crisis, acrecentadas por la quiebra moral en los sistemas financieros mundiales y la ausencia de ética en muchos dirigentes del planeta, que lo único que siembran son divisiones y conflictos, desigualdades e inmoralidades. Está visto, que el avance no significa que la lucha por los derechos y la igualdad haya terminado o termine nunca.
Ante este cúmulo de retrocesos y progresos, que en nuestra historia siempre acaeció, no hay mejor poética que la implicación consciente y responsable de cada morador, reconociendo con buenas obras el mal que hayamos podido causar como linaje. Acaso, para empezar a meternos en faena, tengamos que detener ese ánimo de especulación permanente, y algo tan fundamental como pueden ser los alimentos, debamos de salvaguardarlos, respondiendo con eficacia y honestidad al rugido doloroso de los excluidos que reclaman justicia. Quizás también tengamos que reconducir las políticas en este sentido; puesto que pedimos renovar el contrato social entre los gobiernos y sus pueblos y dentro de las sociedades, cada vez más inhumanas e insolidarias, para ganar confianza y adoptar una visión compartida y global de los derechos humanos en el camino hacia un desarrollo equitativo y sostenible.
En todo caso, siempre que se abandonan los valores de la humanidad, todos corremos un mayor riesgo. En realidad, la concordia y el derecho son dos beneficios relacionados entre sí, ya que no puede haber quietud donde no habite la consideración hacia toda vida. Nuestros mayores problemas actuales tienen su origen, precisamente, en la violación de lo sensato y en el incumplimiento de nuestras obligaciones. Nos alegra, pues, que la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible active una norma común de logros para todos los pueblos y todas las naciones. No nos podemos quedar, por tanto, fríos e impasibles ante la urgencia de reconstruir una comunidad de vida humana que garantice en todas las partes del mundo, el respeto hacia sus pobladores en todo momento. Lo que no es de recibo es que tras la invasión de Rusia, por citar algo noticiable actual, se haya desatado una ola de violencia de género, especialmente de carácter sexual, contra las mujeres. Nos alegra, por consiguiente, que una abogada del país haya fundado JurFem, una organización que lucha para conseguir protección y entereza para las víctimas. En cualquier caso, tampoco se necesitan especiales conocimientos ni habilidades para involucrarse en trabajar por cambiar algo que nos vuelve salvajes y nos deshumaniza por completo.
Lo importante es unirse con imaginación, reunirse con valentía y perseverancia, para que todos los pueblos movilicen la paz en sus relaciones de convivencia, basadas en el diálogo y en un espíritu solidario, sustentado en los derechos humanos, que hoy continúan aún quebrantables, porque tal vez carezcan de fundamento sólido. Bajo este tono desconcertante y este timbre desleal que suele gobernarnos, tampoco se pueden generar sociedades pacíficas, inclusivas, justas, igualitarias y prósperas, por mucho que soñemos con ellas. Puede que, para ese cambio de actitudes, tengamos que situar la política en una acción de desinteresado servicio, escuchando mucho más a los ciudadanos, promoviendo la cultura del abrazo para que se impulse mucho más la familiaridad entre sus civilizaciones, sabiendo que el camino de la violencia es un callejón sin salida. Únicamente, el auténtico progreso de la sociedad humana llegará con lenguajes consensuados, justos y estables. Al fin y al cabo, esta tensión que padecemos no es buena para nadie, requerimos de otros vientos más armónicos, que no lleven consigo el error del poder abrasador ni el horror de las contiendas, capaces de destruirlo todo y de destronarnos del camino existencial.