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Mar, Dic

España, café y narrativa

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Fuad Gonzalo Chacón

Fuad Gonzalo Chacón

Columna: Opinión

e-mail: fuad.chacon@hotmail.com

Una noche cualquiera a finales del invierno, cuando mi novia me invitó a ver con ella “una serie colombiana llamada Café con Aroma de Mujer” de la que toda España estaba hablando en Instagram, no pude evitar embarcarme en un frenético viaje hacia el pasado, convirtiéndome así en el improvisado pasajero de mi propia memoria.

Aunque no guardo muchos recuerdos de principios de los noventa, uno de ellos con toda seguridad es el de mi madre sufriendo frente a la pantalla del televisor, al igual que el resto del país, por las desventuras amorosas de Gaviota Suárez y Sebastián Vallejo. Tres décadas después, en un inesperado giro multiversal de guion, ahí estaba yo, listo para practicar, por amor, uno de los deportes nacionales de Colombia: ver telenovelas.

Y es que, por momentos, uno se siente inmerso en una disciplina olímpica de alta exigencia física con el sofá como estadio. 88 episodios de una hora de duración, que muy ingeniosamente Netflix supo colar bajo el disfraz de “temporada 1”, son un desafío herculino que no cualquier cuerpo está preparado para enfrentar sin unos buenos pinchazos de heparina en la barriga cada tantos capítulos. Lo que hace aún más impresionante que, durante casi medio año, esta producción lidere el listado de las series más vistas de la plataforma en España e, incluso hoy, siga en el podio de la misma.

Esto habla muy bien de la gran condición atlética de los televidentes españoles, que con paciencia de devoto han consumido a fuego lento esta historia y cuya lealtad no solo le ha permitido resistir ante los estrenos millonarios de esta plataforma y las nuevas temporadas de auténticos taquillazos hollywoodenses como Los Bridgerton, Ozark, Élite o Inventando a Anna, sino que, incluso, ha potenciado el fenómeno de la televisión colombiana para que otras producciones como La Reina del Flow y, más recientemente, Pálpito, sean un tema frecuente de conversación y fuente de referencias en oficinas, redes sociales, programas del prime time y restaurantes.

Sea cual sea la fuerza motriz tras la apoteósica recepción de estas series en el mercado español (la familiaridad del público con este tipo de contenidos, el exotismo de la carga dramática de nuestras inverosímiles historias de amor o, simplemente, la fascinación cultural por los marcados y más que evidentes contrastes entre sus producciones de factura local y el folclórico universo de la telenovela sudamericana), lo cierto es que la tradición narrativa colombiana sigue siendo un componente poderoso de nuestra cultura, uno con grandes posibilidades de mercantilización en el extranjero.

Y es que, en últimas, si le quitamos las lentejuelas, el brillibrilli y demás distracciones propias de la escena actoral, una telenovela no es otra cosa que una historia. Y como toda historia, sea protagonizada por Gaviota Suárez como en Café con Aroma de Mujer o por el Coronel Aureliano Buendía como en Cien Años de Soledad, tiene que estar bien contada para conseguir cautivar al espectador o al lector. Un requisito con el que podemos estar tranquilos, pues demostrado está que no se nos da para nada mal.