Para ponerlo en plata blanca, el país está consternado por las dimensiones de violencia física y verbal que caracterizan el actual proceso electoral para elegir mandatarios regionales. La pregunta es dónde ha quedado el ambiente de paz que se suponía permitiría que estas elecciones fueran las más civilizadas y democráticas de la historia colombiana reciente. Pero no. Asesinatos de líderes que el gobierno no controla; asesinatos de candidatos que habían pedido apoyo ante las claras amenazas de muerte; decenas de jefes de campaña amenazados; pueblos enteros en pánico.
Como lo señala María Jimena Duzán en su artículo en Semana, los culpables somos todos, pero cuando se hace este tipo de afirmaciones que son ciertas como en este caso, el peligro es que ninguno de los realmente culpables se sienta como tal. Por ello es fundamental empezar a identificar responsabilidades. Para iniciar este proceso se debe señalar al gobierno Duque, porque este drama nacional y el problema de seguridad en general y de aquella referida a la contienda electoral en curso, se le salió de las manos. Afirmar que es imposible proteger al gran número de líderes que tiene el país, como lo hizo recientemente el presidente, es demostrar que en general no puede asumir una de sus responsabilidades, tratar de garantizarles este derecho a los más de 48 millones de colombianos, lo que es un reconocimiento de que el tema lo desbordó.
Pero como se trata de clara violencia política lo que se vive actualmente en Colombia, la mayor responsabilidad después de la del gobierno actual, la tienen los partidos políticos. Es necesario recordar que precisamente la mejor definición de la política es aquella que la señala "como el escenario natural donde se resuelven de manera pacífica los conflictos que necesariamente surgen en toda sociedad". Sin embargo, esa función primordial especialmente en este país, cuya historia ha estado marcada por las guerras entre sectores de su población, no ha sido asumida claramente por las organizaciones políticas. Y lejos de resolverse esta carencia se ha venido agravando porque los intereses de los partidos son otros completamente distintos a encontrar soluciones pacíficas a las diferencias.
Los jefes políticos han venido demostrando cada vez más su mezquindad, la utilización de estas organizaciones para sus intereses personales. El usar estas organizaciones para enriquecerse, para ubicar a sus familias en el poder, para imponer sus visiones interesadas en el curso del país de manera que los favorezcan. Mejor dicho, los partidos políticos quedaron en manos de aquellos que menos entienden la verdadera función de sus organizaciones. La pelea por los contratos, por los puestos para precisamente capturar los recursos públicos llevó al abandono de las ideas y a dejar atrás la disputa que debería ser pacifica, y alrededor de esas ideologías que deberían representa la variedad de ellas que deben darse en toda sociedad democrática.
Los partidos políticos colombianos dejaron de tener directivos para pertenecer a dueños. Los Gavirias, los Pastrana, los Uribe, para no bajar a las regiones y mencionar a los Char, los Géneco, y otros iguales, son los grandes culpables de este deterioro violento del ejercicio de la política. Convirtieron a los partidos políticos, al Liberal, al Conservador, al Centro Democrático, y a esos que son un tutifruti como los de los Char, Géneco y demás, es sus feudos donde todo es permitido. Ahí es donde nace esta pelea con sangre por el botín de recursos y poder estatal.
Como van las cosas, gracias este simulacro perverso de ejercicio de la democracia que obedece a que se perdieron los verdaderos partidos políticos que se convirtieron en esqueletos con dueños, va a tocar depositar como demócratas el voto, pero casi siempre con el propósito de elegir al candidato menos malo. Qué horror.