Muy a pesar de la firma de un acuerdo para evitar la violencia en las campañas políticas de Colombia, éste propósito quedó en el papel; un ejemplo fue el que vimos hace unos días en un debate en el que participaron los candidatos a la alcaldía mayor de Bogotá.
Pero lo acontecido en la capital colombiana también se presenta en la mayoría de las regiones nacionales y a esta situación no escapan los candidatos en municipios.
En el caso concreto de los aspirantes a alcaldes, en la mayoría de los municipios colombianos, son víctimas de violencia política, también de señalamientos de desprestigio y hasta polarización. No es raro la promulgación de informaciones mediante el sistema de panfletos y hasta pasquines realizados por individuos que no se identifican plenamente.
A manera de otro ejemplo en Íquira, uno de los 37 municipios del departamento del Huila, los 5 candidatos a la alcaldía se encuentran sometidos a una absurda campaña de desprestigio y lo peor es que se ejecuta mediante la modalidad del pasquin.
Entonces, en la actualidad son muchas las regiones colombianas donde la guerra sucia en las campañas políticas es un hecho irrefutable y se presenta primordialmente por la costumbre de algunos políticos; de acuerdo a lo que hemos presenciado en forma desafortunada algunos de los principales actores del sistema electoral en el país tratan por todos los medios de hacer quedar mal a sus contendores y por eso acuden a los enfrentamientos, señalamientos y hasta ofensas sin ningún sentido.
Es conveniente entonces, ante la delicada situación, que el ciudadano común y corriente no tenga en cuenta las diferentes gestiones de violencia política y en consecuencia vote el próximo 27 de octubre libremente y sin presiones de ninguna índole con base en la experiencia, la capacidad profesional de los candidatos y también de acuerdo a los programas o planes a realizar.