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Mié, Dic

Globalización, no: pero ninguna

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

La dolorosa imagen del migrante salvadoreño y su pequeña hija, muertos por ahogamiento en la frontera demarcada por el río Bravo, entre México y los Estados Unidos, no deja de darle vueltas al mundo. 

Y, mientras en Latinoamérica y en otros lugares culpan de esta desgracia a la dura política del presidente Donald Trump, sus electores en los Estados Unidos no dejan de ver el asunto con esa dosis de realismo tan necesaria para la comprensión total de las cosas. Para Trump y los suyos, la cuestión de la pobreza en los países de Centroamérica, en México o en el resto de Latinoamérica, no es su problema, y, por lo tanto, no tienen por qué resolverlo. En verdad quisiera darles la razón a los que se oponen a este argumento, pero no puedo: cada país debe ser capaz de hacerse cargo de su destino, pues para eso es la libertad de determinación de los pueblos que no pocas veces se invoca frente al imperialismo (o por los imperialistas). 

Ahora bien, algo muy distinto es que, precisamente, esa libertad que tienen los países para decidir su futuro no sea en verdad ejercida (o, al menos, no se la utilice debidamente, de manera efectiva, por parte de quienes pueden hacerlo), y no se pase de su exigencia verbal; de manera que, cuando los reinos que ordenan al planeta van a los territorios aludidos, de los que les es posible extraer aún más riqueza natural, o mano de obra barata, no se les recuerda allí que sus pretensiones no son aceptables, no solo por tratarse de un complejo mecanismo de chantajes para que el pobre siga recibiendo algún beneficio del rico, sino porque consentirlas es equivalente a firmar una condena a la estrechez que no tarda en perpetuarse en forma de miseria. 

En teoría, la defensa de la autodeterminación de los pueblos victimizados parece factible. Si un país se decide a bloquear todos los intentos de aprovechamiento indebido, desigual, tramposo, por parte de una potencia extranjera, esta estará en incapacidad de lograr su cometido parasitario. No es simple, pero es posible: si un país no quiere ser explotado, esclavizado, y aun así, pertenecer al sistema internacional para aspirar a desarrollarse, ello es dable cuando existe una voluntad clara en ese sentido por parte de su sociedad. Y no estoy hablando de socialismos ni nada parecido: es un asunto de identidad nacional, de saber hacia dónde se va, de verdadera democracia, y de reafirmación de la libertad. Pero, sobre todo, es una cuestión de dignidad. 

Si en El Salvador, en Honduras, en Colombia o en México los migrantes deciden arriesgarse a recibir un tiro de un gringo bien armado de la frontera, no será por simple amor a la adrenalina, sino porque en verdad sus carencias sobrepasan cualquier instinto de conservación. Y si en tales países, o en otros, la situación es esa, es porque, como lo dice Trump, cada país es responsable de lo que le pasa, y no los Estados Unidos. No obstante, creo que esta misma lógica –que no es nueva- debe oponérseles a los gringos –y a otros- cuando van a enriquecerse a costa de países débiles internamente (con clases sociales dominantes miserables con su propia gente), e informarles que sí, que Donald Trump tiene razón: la globalización sucks, pero no solo la de las migraciones de desarrapados, sino también la de las multinacionales. Así que go back home. Pues, al fin y cabo, si alguien necesita algo, debe buscarlo en su propio territorio, y no afuera.