Hoy, miércoles, el Júnior, actual monarca del fútbol colombiano, buscará en Bogotá defender su título contra el intenso Deportivo Pasto, equipo táctico y físico como el que más.
Se espera que aquí la altura andina sea aliada sin preguntar del conjunto avolcanado, en clave de procurar el desaliento reglamentario de los caribeños.
Es previsible, además de que haya noche acaso de ventisca como las de este junio, que el flujo de afición se reparta el aforo de El Campín a partes regularmente iguales. Los muchachos del inextinguible oriental Julio Comesaña –naturalizado en Barranquilla como Peloeburra- tratarán de recuperar unos meses de presiones y fracasos, cuando los gastos excedieron los resultados internacionales del Tiburón. Por su parte, el Pasto, que ya no es ninguna sorpresa para nadie, pisará la cancha a ponerle el sello a una actuación sostenida que le ha permitido convencerse de que con trabajo y disciplina todo es posible.
Tengo viva la imagen de la reciente final argentina, disputada entre el Boca Juniors y una especie de Pasto austral, el Club Atlético Tigre, combinado de la Provincia de Buenos Aires (no de la capital federal), al que le dicen el Matador, y que, a pesar de elevarse a la potencia de campeón una vez venció al Azul y Oro, no pudo evitar el descenso simultáneo a la segunda categoría del país del sur. Así que será participante de esta, la Primera B Nacional, mientras compite en la Copa Libertadores de América.
Tigre, dirigido por el exquisito exdiez Néstor Raúl Gorosito presentó limpia faena al gran Boca Juniors, y lo derrotó a televisión abierta, durante una diríase gélida noche de la ciudad neutral de Córdoba, allá en el estadio Mario Alberto Kempes, a quien, por cierto, también llamaban el Matador en su época de delantero de vértigo. Noche de un frío como el que tal vez sintieron en el pecho los hombres de Gustavo Alfaro, técnico boquense: el mismo que, micrófono en mano, hasta no hace mucho comentaba las ilusiones colombianas.
En varios de esos juegos de selección le escuché a Alfaro una frase tajante, que no me atrevo a desestimar. Decía, con conocimiento, que “el fútbol es un estado de ánimo”. Implicaba Lechuga con ello que antes de conocer el resultado final de un partido es dable adivinarlo a través de la observación de las actitudes de los jugadores, del entrenador, de la afición (siempre hay que ir a las niñas de los ojos, agrego).
No creo que le falte razón. Basta reparar fino en una batalla para descifrar los pasadizos del alma por entre los que lidian los actores de uno y otro lado, antes, mucho antes, de que se cometa el primer gol, o ya de que se produzca ese único contragolpe criminal que desnuda lo infantil de un ataque anterior, mediando cuchillada y grito que más vale llorar sin lágrimas, para después ir a moverla al centro del campo y correr como si nada.
Los junioristas aceptamos que la ventaja la tiene el Pasto. Ha jugado bien todo el año, tiene gente joven y sedienta de triunfo. Su técnico nos conoce, sabe de fútbol. A los viandantes de la calle 57 de Bogotá les cae mejor el chico, es lógico, y, así, el azul aire nocturno electrocutará. De visita, a Comesaña le gusta retroceder (esto debe de ser genética uruguaya), olvidar la pelota. Nuestros jugadores no son rápidos en el contraataque, o en los rebotes… Junior todavía carga con el dolor emocional de la Libertadores… Todo está dispuesto para perder… Solo queda ganar.