No nacemos humanos. Nos transformamos en ello a través de la cultura que construye la sociedad. Una cultura humanista siempre recuerda que somos un logro de una cultura de paz, perdón y reconciliación. Somos una obra del amor y del respeto al prójimo. Sin esto no existiríamos.
El Humanismo, como todo logro del hombre, es luz que ilumina el camino hacia la conversión de la bestia y el bárbaro en ser humano, y para lograrlo se requiere del refinamiento y la cultura. Sin estos, la bestia y el bárbaro triunfan, y no permitirían el nacimiento del ser humano que, ante todo, es un hombre de paz, perdón y reconciliación.
En “El arte de la prudencia”, el pensador español del Siglo de Oro, Baltasar Gracián en un aforismo nos enseña: “El hombre nace bárbaro, debe cultivarse para vencer la bestia. La cultura nos hace personas, y más cuanto mayor es la cultura. Gracias a ella Grecia pudo llamar bárbaro al resto del mundo. La ignorancia es muy tosca. Nada cultiva más que el saber. Pero incluso la cultura es grosera sin refinamiento”. Sabio, Gracián, cultura y refinamiento son los elementos esenciales de lo humano. Insisto, el culto y refinado ama la paz, perdona el agravio y se reconcilia con el agresor.
A primera vista pareciera un error de la Grecia de la primera ilustración occidental, que en este texto repite Gracián, dividir a los hombres entre humanos y bárbaros. En una correcta interpretación no lo es, lo que invita es a transformar al bárbaro, mediante la cultura y el refinamiento.
Pablo de Tarso, fundador del cristianismo, en sus mensajes a romanos y corintios, invita a la humanidad a ser humanos, sin diferencias entre judíos y romanos. Cultura y refinamiento a amar la paz, el perdón y la reconciliación es su petición.
En la actualidad, lo que se necesita en nuestra República destrozada por las violencias y la exclusión, es oír la voz de las víctimas que claman por la paz, el perdón y la reconciliación. Insistir radicalmente en la implementación de una justicia con modelo retribucionista no es lo correcto porque esconde la idea del ‘ojo por ojo y diente por diente’. Una cultura refinada ofrece la alternativa de penas simbólicas y castigos bajos para la reconciliación.
El perdón, virtud pública, por excelencia, ofrece ventajas en la política del fortalecimiento espiritual de la nación para construir la paz y crear un escenario de reconciliación. Nuestra sociedad civil, integrada por seres humanos con cultura cristiana, tiene en la institución religiosa y moral el perdón como instrumento que facilita la paz.
Hannah Arendt, en “La condición humana”, enseña: “Sin ser perdonados, liberados de las consecuencias de lo que hemos hecho, nuestra capacidad para actuar quedaría, por decirlo así, confinada a un solo acto del que nunca podríamos recobrarnos; seríamos para siempre las víctimas de sus consecuencias, semejantes al aprendiz de brujo que carecía de la fórmula mágica para romper el hechizo”. Perdonar todo, sin renunciar a un mínimo de justicia y de castigo al victimario, es lo justo.
Una reflexión final: víctimas y victimarios somos hijos de una república democrática. Un escenario para la paz no es posible construirlo sin la rehabilitación de víctimas y victimarios; sobra decir que necesitamos del perdón para liberarnos definitivamente de los efectos destructores de la guerra. Trabajemos por la paz, el perdón y la reconciliación y no más polarización entre colombianos.