Las imágenes captadas en las playas de Puerto Colombia son impactantes. Hasta hace unos días el río Magdalena había depositado más de 600 toneladas de basura en ese sector turístico de la Costa.
El mar, como defensa, devuelve a tierra lo que el río pretende depositar en él. Pero esa defensa no es suficiente: lo que vemos varado en la arena es una porción mínima de los residuos que llegan a las aguas marinas; el resto va al fondo del océano. De la bahía de Santa Marta hemos visto sacar bolsas plásticas, botellas de toda clase, zapatos, juguetes, colchones, llantas… En una de las brigadas de limpieza rescataron una nevera y un inodoro. Recordamos, además, el derrame de aceite de palma ocurrido en la playa de Taganga en abril del 2010. Parece que cada vez nos esforzásemos más por dejar como herencia solo territorios arrasados a nuestro paso.
En algunas de las Acotaciones del año 2012 hablamos de la formación de islas basura en diferentes mares del mundo. Pero no vayamos lejos: pronto tendremos las nuestras, con mano de obra nacional; es decir, made in Colombia. Señalamos en esa ocasión que de nada han servido las recomendaciones de Jacques-Yves Cousteau al mundo, sobre todo cuando en 1979 decidió publicar el documento que tituló ‘Carta de Derechos de las Generaciones Futuras’ en el cual enfatizaba: “Cada generación debe vigilar y evaluar los impactos desfavorables que las alteraciones y modificaciones tecnológicas pueden tener en la vida en la Tierra, el balance de la naturaleza y la evolución humana”.
En 1960 el presidente francés Charles De Gaulle pidió a Cousteau que fuera más comprensible (tolerante o permisivo) con las investigaciones nucleares; el explorador contestó: “No, señor: son sus investigaciones las que deben ser más comprensivas con nosotros”. Por algo se lo consideraba “Embajador de la conciencia ecológica del planeta”. Ya no contamos con Cousteau: falleció en 1997 pero nos dejó la Sociedad creada por él para defender sus postulados. Tal vez fue ingenuo, eso sí, al pensar que le cuidaríamos el globo terráqueo. Murió a tiempo para no padecer tragedias como la del Golfo de México, en el 2010, cuando se produjo un derrame de petróleo que duró varios meses. Razón tenía el poeta antioqueño Jorge Robledo Ortiz en sus versos: “Siquiera se murieron los abuelos / creyendo en la blancura de los cisnes”.
En 1988 científicos estadounidenses descubrieron la formación de una ‘isla de basura’. Según sus estudios, contenía 100 millones de toneladas de desechos y se extendía desde la costa de California hasta Japón, pasando por Hawaii. Había alcanzado una extensión de 1.400.000 kilómetros cuadrados, seis veces más que la de Inglaterra. Estamos lejos de alcanzar el nivel de peligro de las ‘islas basura’ del Pacífico Norte. Pero también estamos lejos de contar con planes y recursos de limpieza como los que actualmente se implementan en Australia.
En vano clamamos por la necesidad de educar a los niños y crear en ellos la sana costumbre de conservar el ecosistema, si sus padres ―viejos ya para aprender y renuentes a corregirse― continúan con prácticas agresivas contra la naturaleza. Algo rescataremos, a largo plazo, a través de los infantes, pero ese ejercicio pedagógico no será suficiente.
Los residuos que recalan en las playas de Puerto Colombia, sobre todo, grandes trozos de árboles, recorren por lo menos medio país. Eso deja en evidencia que muchos son los responsables del desastre ecológico que afecta gravemente a ese lugar turístico y corresponde a las autoridades nacionales aplicar los correctivos necesarios. Y de paso, investigar seriamente en qué lugares se está deforestando el entorno del río Magdalena. A propósito y solo por curiosidad: ¿Habrá forma de evitar que grandes empresas industriales viertan productos tóxicos al río Magdalena?