El incendio de la Catedral de Notre Dame conmovió a la humanidad. En este artículo el autor de Acotaciones transcribe sus impresiones personales, incluidas en el libro de su autoría: “Crónica de los cinco sentidos”.
Antes de hablar de la Église de Notre Dame es necesario adelantar algunas notas sobre la Île de la Cité o Isla de la Ciudad, donde se levanta este soberbio monumento. La Cité es la más grande de las islas que forma el río Sena al pasar por el centro de París. En realidad París nació en este sector, llamado entonces Lutecia, que en lengua celta significa “habitación en medio de las aguas”. La otra isla es Saint Louis.
Hay que entrar a la famosa catedral para comprobar su majestuosidad y someterse al peso de la historia acumulada en esta construcción. Los rosetones inmensos producen colores diversos dentro del recinto cuando el sol calienta los días parisinos. Por lo general, en invierno el ambiente es triste y el frío cala los huesos del visitante. Allí adquirimos el cirio que habría de servir para ahuyentar las centellas en medio de los aguaceros tormentosos en la lejana Santa Marta, la “Perla de América”, en Colombia.
Por unos pocos francos usted pone a funcionar un aparato con audífonos y se entera de la historia de este templo construido entre 1160 y 1225 en la Île de la Cité. En el exterior, colocado para la obligada fotografía, se disfruta del ambiente de la plaza y de la arquitectura de esta obra de arte.
Es sin duda Notre Dame la construcción más valiosa de la Cité. Con solo recordar que allí se hizo coronar emperador Napoleón en 1804, el visitante considera afortunada su presencia en uno de los sitios más representativos de París. También ocurrió en este templo la coronación del rey Enrique VI de Inglaterra en 1419 y la beatificación de Juana de Arco en 1909.
No es posible abandonar los alrededores de Notre Dame sin dar un último vistazo a su estilo gótico y, sobre todo, a las numerosas esculturas que decoran las tres grandes puertas de su fachada occidental.
Si se quiere apreciar la maravilla de los arcos exteriores, que sostienen el cuerpo central de la iglesia, es aconsejable situarse en uno de los puentes que ya han quedado atrás. Desde allí se contempla la llamada aguja que, colocada en lo más alto del techo, acentúa el carácter gótico de esta catedral. En esta parte del templo predomina la madera, en contraste con el resto de la iglesia. Para el turista es indispensable obturar la cámara o registrar en video la magnífica imagen que tiene ante sus ojos.
Todos los ángulos de Notre Dame nos los muestra la película basada en la novela “Nuestra Señora de París”, de Víctor Hugo. Y Anthony Quinn, en el extraordinario papel del jorobado Quasimodo, nos revela muchos detalles del famoso templo. Sin embargo, nada es comparable a la emoción que produce la observación directa de este monumento de la cristiandad, en pleno centro de París.
Sin proponérnoslo estábamos pensando ya en Víctor Hugo, el gran autor romántico francés conocidísimo por la novela “Los Miserables”, pero con muchos méritos más por su obra dramática “Cromwell” y la epopeya “La Leyenda de los Siglos”. Más tarde, al radicarnos durante dos meses en Besançon, conoceríamos más a fondo la vida de este escritor nacido en esa ciudad, en el este de Francia, muy cerca de la frontera con Suiza.
Frente a la Catedral de Notre Dame habíamos concluido una jornada cultural más en nuestro descubrimiento de París. Aún faltaba mucho tiempo para concluir nuestra pasantía en Francia, en desarrollo de un curso sobre Civilización francesa y enseñanza moderna del francés. Con impresionantes imágenes en la retina y en la mente, dijimos “au revoir” a Notre Dame.