Los amantes del fútbol no salimos del asombro ante tanta belleza poética: Boca Juniors y River Plate en la final más internacional.
Aquí está la final de finales entre equipos que juegan finales cada vez que se ven. Las estadísticas dicen que, entre los dos cuadros, de los 370 partidos de que se tiene registro desde 1913 hasta la fecha (incluyendo violentos amistosos), Boca ha ganado 134, por encima de los 122 de River, y que ha habido 115 empates. En este tipo de partidos, la historia, la camiseta, las cábalas…, en fin, todos los símbolos tienen un gran peso en las conciencias de los jugadores (e hinchas). Motivan el talento o desgarran la confianza, a partes iguales. Por eso, hay mucho nerviosismo: el que pierda esta vez sufrirá como nunca ha padecido el que ha caído en una final de la Libertadores: se jugará, no tanto para ganar, como para no perder. El campeón será, en realidad, un gran aliviado. Esto es honor.
En principio, entonces, Boca Juniors saldría con la ventaja, en este primer partido, que jugará como local, para avasallar a los de la banda cruzada sobre el pecho (en diagonal sobre el corazón, dicen ellos, a menos que tengas el corazón a la derecha, como yo, y seas hincha de Junior). Sin embargo, los tres últimos encuentros marcan una tendencia en favor de los del Millonario (no Millonarios, que ni clasificar puede a los cuadrangulares colombianos): victorias en enero, por amistoso; en marzo, por Supercopa argentina; y, hace un mes medio, apenas el 23 de septiembre pasado, por el torneo local: 2-0 a favor del visitante River en La Bombonera. Vi este partido. Me pareció que Marcelo Gallardo, el Muñeco, entrenador de los Gallinas, fiel a su estilo técnico como jugador creativo, le pudo al exdelantero Guillermo Barros Schelotto en el planteamiento táctico: el conjunto riverplatense se movió mejor en la cancha, fue rápido, decidido y efectivo. Boca no pudo con la presión.
Es la conclusión que se ha venido contando desde hace más de un siglo en el Río de la Plata: River, el equipo de la élite, es escuadra fina, insuflada de calidad, de cerebro, de toque y velocidad. Boca Juniors, los boquenses o los bosteros (según se vea), son la garra, el temperamento, la mayonesa (los puros huevos), la fuerza y el clamor de un pueblo, el de la barriada que poco tiene que ver con la piel y los ojos claros de los argentinos más pudientes, sino con el mestizaje que alimenta a la clase obrera en ese país, como en tantos otros. Es un partidazo, es la vida misma: es fútbol.