El próximo domingo los colombianos tenemos una cita muy importante con la historia. No es una cita cualquiera.
Su representante es Gustavo Petro, personaje siniestro y de oscura procedencia guerrillera, quien, a pesar de ser indultado o amnistiado, no deja de ser un terrorista y un asesino, como responsable de los crímenes cometidos por el M-19. Petro quiere convertir a Colombia en un país pseudo-comunista, a la mejor imagen de la Venezuela Castro-Chavista. Quiere un estado que todo lo de y todo lo subsidie, dividir y no unir, hacer del estado el motor de la economía, acabando con la inversión, la libre empresa y la propiedad privada, lo que de suyo implicará la violación de los derechos adquiridos, el irrespeto a la constitución y la ley, la libertad de prensa y opinión y la sostenibilidad de los servicios de salud, la educación y el trabajo para todos.
Ha tratado de morigerar su discurso, con la absurda antítesis de que lo que ocurre en Colombia es que no se ha desarrollado el capitalismo adecuadamente y que él es la solución. La verdad sea dicha: no es que sea un lobo con piel de oveja, es un verdadero depredador que, en la primera oportunidad, abusará del poder y nos devorará a todos. Casi cinco millones de colombianos sucumbieron a sus delirantes, estrambóticos y absurdos cantos de sirena. No obstante, cabe aclarar, dichos votos no son en su mayoría de Petro. Son el resultado de la inconformidad, de la frustración y de la falta de estado y desinstitucionalización que en ocho años generó el Gobierno Santos. Petro, para que lo tengamos claro, es una creación de Santos y de su errada y equivocada política de gobierno y de paz. Santos lo justificaba todo indicando que se debían cambiar las armas de las Farc por votos.
El resultado no fueron 50.000 votos depositados por las Farc, sino cinco millones de votos depositados a favor de Petro, conforme a que se fraguó un cambio desde el gobierno del lenguaje y las costumbres sociales y políticas que validaron a Petro y a los exguerrilleros y sus crímenes. La extrema izquierda delirante, y los izquierdistas de closet, con el apoyo y complicidad de Santos, terminaron vendiéndole al país, con sus discursos empalagosos de paz, perdón y reconciliación, la idea de que la causa guerrillera era justa, por las diferencias entre ricos y pobres y la rampante corrupción.
Lo absurdo del asunto es que la paz se logró repartiendo mermelada para la reelección de Santos y para pasar todos los cambios legales y constitucionales necesarios, antes y después de la firma del acuerdo de paz. Lo cierto es que un gobierno de Petro arruinará a todos y a todo y el “supuesto remedio” será peor que la enfermedad, pues el populismo no resuelve los problemas sociales, sino que los empeora. Por otro lado, un gobierno de Iván Duque, reestablecerá el camino de Colombia en la senda del crecimiento económico, la equidad social y el restablecimiento de la institucionalidad para que el futuro sea realmente de todos y para todos.