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Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com
¿Qué tan realista es pretender acabar con el narcotráfico en Colombia? Esta es la pregunta que se han formulado casi todos los presidentes colombianos desde López Michelsen. Para bien o para mal, el narcotráfico desde los años setentas del siglo pasado ha determinado la agenda de nuestras relaciones internacionales.
Más allá de la explicación obvia de que hay un mercado para el producto, ¿por qué a pesar de todos los problemas que nos han causado los narcóticos seguimos siendo un país productor? Comparto algunas ideas.

Aunque aparentemente las elites que nos han gobernado condenan la actividad delictiva, por otro lado muestran una actitud complaciente frente a ella. No de otra forma podría entenderse la presentación en sociedad del narcotráfico de manos de López Michelsen al utilizar la llamada ventanilla siniestra del Banco de La Republica para lavar las ganancias de la bonanza marimbera, o el llamado del admirado y desaparecido Fabio Echeverry a legalizar el negocio para que los mafiosos pagaran la mayoría de los impuestos, y ellos, los industriales, pagaran mucho menos. En otras palabras, que el narcotráfico oficialmente se convirtiera en el motor de la economía colombiana.

Idea retomada más tarde durante la bonanza de la cocaína por algunos prohombres colombianos que furtivamente trataron de negociar con los Cárteles el pago de la deuda externa a cambio de dejarlos tranquilos y perdonarles sus delitos. Los que han manejado el país han reconocido tácitamente que el país se ha beneficiado mucho de las bonanzas de narcóticos, y por esto son ambiguos frente al tema. Odian el delito y sus consecuencias, pero adoran el metálico que produce y el que se note mucho menos lo mal que nos han gobernado.

Estudiosos del tema han señalado que gracias a la bonanza de la cocaína de los años ochenta -causa indiscutible del renacer y boom inmobiliario de Miami- nuestra amada Colombia fue la notoria excepción a la década perdida que asoló a todos los países de la región. No hubo tal que fue gracias al manejo ortodoxo de la economía. Es incuestionable que el narcotráfico ha sido motor importante de la construcción, del deporte, del contrabando y de casi todas las actividades económicas y no económicas. Las iglesias han aceptado generosas contribuciones de los narcocreyentes, y ni que decir que hasta presidentes, porque no solo ha sido Samper, han llegado a la presidencia con narcocontribuciones. En realidad, hay pocos interesados en matar la gallina de los huevos de oro del narcotráfico, comenzando por el gobierno, que entiende que sin los cuantiosos recursos del narcotráfico, Colombia, por lo menos en apariencia, sería un país mucho más difícil de gobernar. El libreto de la rasgada de vestiduras es para consumo externo. ¡Bendita economía paralela!

Quizás la razón de más peso por la cual el dinosaurio sigue ahí, es que los cultivos ilícitos de los que deriva el narcotráfico, son los únicos inmunes a la indolencia y el abandono del estado. No necesitan precios de sustentación ni seguros de cosecha ni tienen que lidiar con los dolores de cabeza con los que lidian los cultivos lícitos, tales como controles aduaneros, fitosanitarios, entre otros. No necesitan ni requieren autopistas o carreteras, ya que a sus compradores no los detiene ni la selva ni la malaria. Adicionalmente, los cultivos en pequeña escala o minifundios son muy rentables, y como se producen donde no llega el estado, no tienen que preocuparse por título de propiedad ni nada semejante. Son colonos que se apropian de baldíos. Las bonanzas se dan en tierra de nadie. Es la única industria que le ha dado a la Colombia olvidada y marginada la oportunidad de mejorar su nivel de vida. Una verdadera revolución social y económica. El lado feo de este empoderamiento, es que personajes siniestros –los cacaos de la coca- han podido colocar en jaque al estado colombiano y a toda una sociedad.

Tenemos un problema que no será fácil solucionar por las razones expuestas. Problema agravado gracias a que Santos permitió el crecimiento desbordado del narcotráfico, y hoy nuestras ciudades y nuestros jóvenes están sitiados por el microtrafico, tal como lo esbozó un reciente editorial de El Heraldo. Algún día los colombianos tendremos que tomar el toro por los cuernos. Ojalá pronto y antes de que sea demasiado tarde para nuestros jóvenes.