Cuando David Sánchez Juliao nos narró la única pelea del Flecha, su rival fue la esperanza. O sea, se enfrentaron el flecha y la esperanza de ser campeón del mundo. Perdió, la esperanza lo noqueó y ¿saben porque? No peleó con Fe. Y ambas deben ir juntas agarradas de la mano.
El 2017 -según los chinos- fue el año de la serpiente. Por lo que vivimos durante el año nos cae como pedrada en ojo porque los colombianos permanentemente estamos como cambiando de piel o en su defecto rasgándonos las vestiduras entre los del Sí y los del No. Bonito cuento nos inventamos para negarnos la paz y la tranquilidad y pasarnos todo el año agarrados de las mechas.
Como no somos chinos nuestras costumbres y formas de bautizar las cosas son muy diferentes yo le pondría al que acaba de pasar: el año de la esperanza.
2017 con la visita del Papa nos trajo una ilusión que llenó de esperanza a la mayoría de los colombianos. Lo mismo con la pasión por la selección Colombia que con fe en nuestros muchachos logramos la clasificación al mundial y nos puso a todos a soñar. Pero, la vergüenza de la corrupción que surge con furor opacó prácticamente todo. Afortunadamente nos dimos cuenta que los politiqueros mantuvieron a la farc viva y coleando por muchos años para ocultar sus fechorías. Se robaban hasta la primera piedra y le echaban la culpa a la guerrilla.
Hoy, los colombianos estamos con la mirada puesta en el reto de la implementación de los acuerdos pero con un país divido. Supuestamente por las prebendas que se están dando muchos dicen querer la paz pero no a cualquier precio.
Por otra parte, en su momento la protección del medio ambiente también estuvo a la expectativa: el presidente Santos le aplica revocatoria directa a la resolución de su Ministerio de Medio Ambiente que pretendía dar licencia para explorar y explotar crudo en la serranía de la Macarena muy cerca de caño Cristales.
Así las cosas, nosotros los cincuentones -según Andrés López- somos la generación la guayaba que no tuvimos días de paz ni tranquilidad sino que crecimos prácticamente en guerra con el agravante que nos acostumbramos y que deberíamos -por eso- ser la que más anhela su llegada, por el contrario, somos los que más nos oponemos a su implementación.
Por la alegría de nuestros niños que nos siguen mirando con ingenua y esperanzadora fe tenemos la obligación de transformarnos para abrirle la puerta a la concordia y a la paz. Esto solo se logra con la pasión de hacer las cosas bien, la serenidad para tragar sapos, la ética para no permitir que surjan más Odebrecht ni Refricar. Con la creatividad que nos caracteriza darle una oportunidad a la vida sin olvidar que lo que hagamos hoy será juzgado por las generaciones que nos están empujando y por la historia.
Lo que sí es muy necesario es que este año si recurramos a las urnas para darle la oportunidad a una persona que al tomar las riendas de nuestro destino por los próximos 4 años como presidente de la republica sea neutro, ojalá no sea un político tradicional con maquinarias engrasadas. Que surja un matemático, filósofo, industrial, mujer; pero que su bandera no sea acabar los acuerdos de paz con borrón y cuenta nueva y entremos otra vez en una guerra sin fin.
El año 2018 según los chinos es el año del perro, puede ser que como mejor amigo del hombre nos ayude a transformarlo en el año de la Fe con esperanza. Sólo así lograremos que verdaderamente llegue la tranquilidad, la concordia y la paz y no nos pase como el Flecha: la misma esperanza en el quinto asalto con un jab de derecha nos noquee.