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Pep Guardiola, el mejor

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com
A finales de 1969, Mario “Lobo” Zagallo reemplazó como técnico de la Selección Brasil al polémico exfutbolista y periodista Joao Saldanha.
Dos hechos precipitaron su caída, a pesar de un record perfecto de 6-0: su negativa a reclutar los jugadores favoritos del presidente Emilio Garrastazu y, sobretodo, afirmar que Pelé estaba demasiado viejo para integrar la selección. Con tan portentoso elenco, Zagallo no se molestó en impartir muchas instrucciones: “jueguen a lo que saben”, cuentan que fue su mejor indicación a esa máquina de golear, ganar y agradar, que barrió con todos sus oponentes para coronarse campeón orbital por tercera vez en su historia.

Para el siguiente torneo ecuménico apareció una revolución proveniente de Holanda. El técnico Marinus “Rinus” Michel dirigió una asonada contra la lírica imperante: el sorprendente fútbol total. El Ajax introdujo los conceptos de rotación y relevo, sin posiciones estáticas y la obligación de todo el onceno de defender y atacar. Las bases tácticas eran la posesión del balón, presión ordenada y triangulación para hacer fluir el juego. Gracias a su novedoso sistema, Holanda, “surgida de la nada”, llega dos veces consecutivas a la final frente a las selecciones locales (sucesivamente, Alemania y Argentina, ambas coronadas campeonas). Claro, la nómina, encabezada por Cruyff y Neeskens, era deslumbrante. La “naranja mecánica” escribía páginas históricas rompiendo las tradiciones.

Si México en 1970 vivió el esplendor del balompié espectáculo basado en la técnica, asistiría en 1986 a otra rebelión acaudillada por Carlos Bilardo; una especie de catenaccio moderno. Futbol fundamentalmente táctico y físico, al filo del reglamento y resultadista -llamado antifútbol por sus críticos-, en el cual Diego Maradona encontró su gloria: suelto y libre para decidir, todos para él y él para todos. Por sus características, ese estilo se fue apagando y varió hacia sistemas con más elaboración y técnica. 

España sería la cuna del renacimiento futbolístico actual. En 1971, en el ignoto Sampedor (Cataluña), nacía Pep Guardiola. Jugar en el Barcelona fue paso obligado, y lo hizo con categoría. Allí tomó los conceptos de Michel y Cruyff, cuño del balompié catalán, que siempre aplicó en la cancha. Después de su retiro del fútbol, se vinculó como técnico a las inferiores del Barcelona; posteriormente asume el primer equipo, avasallando a sus contendores y ganándolo todo. Además, tenía un combo fantástico: Messi, Piqué, Dani Alves, Xavi, Iniesta, Busquet, casi todos formados en casa. Pero potenciar un colectivo así no es tan fácil; el manejo de egos y la cohesión del grupo, el aspecto mental, la idea de juego y el orden táctico, el posicionamiento y las funciones de los jugadores en la cancha, las variantes tácticas, las presiones externas, varios torneos simultáneos o las convocatorias de los seleccionados nacionales. Ese Barcelona, quizá el mejor equipo de la historia, deslumbró por su juego, en el que estaba claro el concepto de Pep: presión, posición y precisión. Parece simple, pero lograrlo requiere mucho trabajo, memorización táctica y comunicación fluida entre el cuerpo técnico y los jugadores. 

El papel de un técnico no se limita a escoger una nómina, impartir instrucciones básicas previas a un partido o entrenar a su equipo durante la semana. Cuando se les permite montar un proceso, deben establecer metas de corto, mediano y largo plazo mientras se estructura la idea de juego, se escogen jugadores para realizar tareas específicas, preparar física y técnicamente al plantel para desplegar esa idea, además de muchos otros asuntos. Ha habido varias transformaciones en el fútbol conducidas por verdaderos genios; ahora hay algunos brillantes y vendrán otros con sus revoluciones. Actualmente, el duelo entre Guardiola y Mourinho –otro iluminado- es un ajedrez en movimiento en el que Pep aventaja al portugués. Sin duda, el catalán puede ser considerado el mejor entrenador de todos los tiempos: sus impresionantes cifras lo demuestran y sus sucesores tendrán el sello de marca blaugrana. Diez años como entrenador le han entregado 21 títulos, 14 de ellos con Barcelona, 7 con el Bayern Múnich (Eurocopa, Mundial de Clubes, torneos locales, el único sextete de la historia, etc.) y ahora con el Manchester City espera una espléndida cosecha. Más importante que su estilo y sus resultados, es la semilla que siempre siembra para sus herederos: tácticamente se puede jugar bien, agradar al espectador y triunfar categóricamente. Como lo hace Pep.