La renuncia del primer ministro libanés obedece a motivos, y tiene consecuencias, que van mucho más allá de las fronteras de su país.
El Líbano sigue siendo escenario de hechos que no solamente afectan su viabilidad como estado, sino que marcan tendencias y consolidan realidades trascendentales para el Medio Oriente y la estabilidad mundial.
Saad Hariri, Primer Ministro libanés, renunció a su cargo y retornó a Arabia Saudita, donde ya había vivido desde la muerte de su padre, el también ex-Primer Ministro Rafik Hariri, quien voló por los aires en un atentado que le quitó la vida en 2005. Con su renuncia, Hariri hijo rompió un acuerdo de gobierno de coalición en el que figuraba el grupo Hezbolá, considerado el representante político, armado, de los intereses de Irán en el Líbano, grupo al que acusó de estar detrás de un plan para asesinarlo.
A pesar de su dramatismo, la renuncia del primer ministro orienta sobre las nuevas perspectivas de los procesos políticos del Líbano y del Medio Oriente. Los argumentos de su retiro, y las respuestas que ha suscitado, hacen más claras las aspiraciones y las líneas de acción de los principales actores de la “guerra fría”, a ratos caliente, que afecta esa región del mundo.
Pero esto no significa que la perspectiva sea la mejor, pues los elementos que se pueden deducir de las interpretaciones dadas a la situación regional ponen en evidencia una vez más los peligros de una nueva confrontación armada.
La declaración explícita de Hariri, en el sentido de que los posibles instigadores de un atentado inminente contra su vida serían los iraníes, es el elemento que produce mayor preocupación, pues denota un problema que va mucho más allá de lo que pueda suceder con el destino de uno u otro gobernante, y hace surgir una vez más, entre sus contradictores, la sombra de las pretensiones iraníes de obtener el sueño histórico de salir al Mediterráneo.
Dicho sueño, según ellos, envuelto en las incidencias del conflicto de Siria y de la confrontación atípica entre el “Estado Islámico” y el resto del mundo, tendría como meta la apertura y consolidación de un “corredor” que conduzca desde Teherán hasta los puertos libaneses y sirios sobre un mar en el que todos quieren estar.
Los ingredientes de una nueva versión de la crisis regional presentan elementos tradicionales, como la competencia tremenda entre chiítas y sunitas, liderados por Irán y Arabia Saudita respectivamente, pero admiten dos nuevos elementos, como son el intento de “libanización”de Siria, denunciado por el Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y la perspectiva de una eventual coincidencia de intereses entre Israel y algunos países árabes, frente al avance de Irán.
Una nueva edición de la situación libanesa, ahora en Siria, con la presencia de una fuerza iraní de acción política y militar insertada en el escenario interno del país, en este caso bajo la excusa de la lucha contra el Estado Islámico, ampliaría las áreas de influencia directa de Irán, y constituiría una amenaza adicional contra Israel, estado cuya existencia los líderes del gobierno de Teherán insisten, contra toda lógica, y contra realidades contundentes, en negar.
Para nadie es secreto que Hariri ha sido aliado incondicional de los saudíes. Razón por la cual su predisposición en contra de Irán y de Hezbolá resulta explicable. Pero el retiro de la presidencia de una coalición en la que figuraban diferentes grupos, interesados aparentemente en la reconstrucción nacional, plantea la exacerbación de las pugnas internas en un país profundamente dividido, que tendrá enormes dificultades para volver a conseguir un gobierno de características similares.
Pero, más allá, la dimensión internacional de la renuncia, que ha estado acompañada de advertencias sobre una supuesta animadversión de Irán hacia el mundo árabe, plantea una mirada panorámica de las cosas que resulta preocupante, pues trascendería las delimitaciones tradicionales de amistades y malquerencias que han marcado tradicionalmente los ánimos en la región.
La reacción de Hezbolá al retiro del jefe del gobierno libanés se ha concentrado en acusar a los saudíes y a los Estados Unidos de incitar al desorden, la desintegración y la confrontación. Otro tanto han hecho los iraníes, que califican la actitud de Hariri como resultado de un plan concebido por Donald Trump y Mohamed bin Salman, el flamante príncipe heredero de Arabia Saudí, que en estos días mueve todas sus fichas, dentro y fuera de su país, para asegurar el control político total que servirá de base a su turno de gobierno.