Un país que desconoce su historia estará condenado a repetirla o no podrá trabajar adecuadamente en el presente para labrar su futuro.
La falta de Estado, desde el 84 hasta el 92, sea por la fragilidad de las instituciones o el pánico generalizado de sus funcionarios por las amenazas, facilitó el trabajo de Escobar. Lo genial de su actuar maligno y retorcido es que entendió la necesidad de mezclar drogas y política para lograr su objetivo, con un elemento adicional: terror. Escobar doblegó a la institucionalidad y la puso a su servicio.
Hoy en día, queremos olvidar la historia e ignorar que existe esa receta de drogas y política, a la que anteriormente se le sumaba el terror y, ahora, se le suma la paz. Las Farc, en conjunto con sus asesores y con la complicidad necia y vergonzante del Gobierno Santos, está aplicando la misma receta de drogas y política, ahora con la paz, para llegar al objetivo soñado: doblegar al Estado y hacerse con el poder. Finalmente entendieron, porque la experiencia latinoamericana de Venezuela, Nicaragua y Salvador así lo enseña, que la guerra, los golpes de estado y la violencia son finalmente infructuosos. Nada mejor que vencer en las urnas y perpetuarse en el poder y nada mejor, como antesala, que negociar con un Gobierno que quiere la paz al precio que sea. En ese sentido, de manera semejante a como Escobar logró su objetivo, las Farc alcanzarán el suyo.
La diferencia está en que Escobar lo hizo mediante el terror y las Farc lo harán mediante la paz. Así las cosas, la invitación es la de no olvidar nuestra historia.
Colombia está en donde está por los cultivos ilícitos y, si no queremos repetir la historia, hay que evitar a toda costa esa mezcla de drogas y política. Como Escobar, las Farc lograron en el acuerdo de La Habana un “sometimiento” a la justicia en condiciones favorables y la no extradición hacia los Estados Unidos. Más que eso, las Farc lograron cambiar toda la institucionalidad en su beneficio y con los dineros del narcotráfico se disponen a hacer política.
Como si fuera poco, se dice que hay alrededor de 1.400 disidentes, curiosamente en las regiones cocaleras, lo cual deja la duda de si son o no verdaderas disidencias, pues podríamos estar ante el maquiavélico y concertado plan en el cual unos se desmovilizan para hacer política y otros se quedan en el monte para garantizar que haya dinero para hacerla. Las autoridades deben hacer todo a su alcance para estar vigilantes y no permitir que esta conjetura pueda ser realidad y, para ello, no podemos olvidar.