Desde que el hombre se irguió y se volvió hombre y pudo pensar en cosas extraordinarias, se originaron los mitos y las leyendas.
El escritor Abel Basti en su libro, “Tras los pasos de Hitler”, habló de tan descabellada posibilidad. El escritor asegura contar con documentos y hasta un registro fotográfico que soportan su afirmación.
Según Basti, Hitler salió de Alemania en avión, abordó un submarino en España, llegó a la Argentina, específicamente a Bariloche, y de ahí hizo algunos viajes por Suramérica. Lo cierto, para la mayoría de historiadores y el colectivo del mundo, es que Hitler se suicidó en Berlin, a la salida de su búnker, junto con su amante Eva Braun. Dicen que no hay muerto malo. Sin embargo, Adolfo Hitler es el propio reflejo de que esto no es así. En vida era la propia reencarnación de Lucifer. Carente de todo sentido de lo que es correcto o incorrecto, la compasión y solidaridad humana, inició la segunda guerra mundial, para satisfacer su ambición de poder y conquista, y ordenó la solución final para los judíos, gitanos y otras minorías que él consideraba inferiores. Da absoluto asco un ser como Hitler. En hora buena, los aliados ganaron la guerra. Infortunadamente, para ello, tocó aliarse con el primo hermano de Lucifer, el sátrapa Stalin, cuyo nombre debe ser Belcebú.
Al final, la naturaleza humana se impuso, el sistema comunista fracasó, el muro se cayó y la obra de Stalin se desintegró. Lo que es insólito, más que la descabellada historia de Basti, es que, en nuestro colombianismo, empecemos a crear semejante mito, más que honroso, terriblemente deshonroso. No faltarán quienes indiquen que semejante individuo detestable estuvo acá o allá o que durmió acá o allá y que nuestros gomelos Nazis, a quienes los Nazis arios patean, hagan romerías y ceremonias de conmemoración. Ojalá cojamos oficio y no pase eso.
Tercio Extra: Causa conmoción ver que los principales jefes de las Farc, responsables de crímenes de lesa humanidad, encabezarán las listas de Senado y Cámara por su movimiento político en las próximas elecciones y que, con el regalo que se otorgó en el acuerdo final, van a ser senadores y representantes, sin haber pagado por sus crímenes y sin tener ningún tipo de representatividad política. Igualmente, extrémese, así no tenga posibilidad alguna, ver a Timochenko como candidato presidencial. Ver esto reafirma el convencimiento de muchos de que el acuerdo final significó la claudicación del Estado frente a unos pocos, en perjuicio de muchos.
Lo que es claro es que los señores dirigentes de las Farc, como Hitler y Stalin, carecen de todo sentido de lo correcto y lo incorrecto, la compasión, la solidaridad humana y la legitimidad para poder hacer las leyes y regir nuestro destino.