En la Universidad dónde curso actualmente el noveno semestre de la carrera de Derecho, tuvimos hace poco fuerte debate sobre el partido de fútbol entre Colombia y Perú por las eliminatorias al mundial de Rusia.
Los veintiún estudiantes con acompañamiento del docente de la asignatura de Ética nos enfrascamos en debatir lo ocurrido en los últimos minutos cuando los jugadores de ambas selecciones se ponen de acuerdo en “dejar las cosas así” amparados en los resultados de las otras selecciones ya que un gol de cualquiera de los dos automáticamente eliminaba al otro.
Del acalorado debate de los futuros abogados se concluyó que Colombia no debe ser castigada -17 votos- por lo que hicieron los jugadores. Hubo dos salvamento de voto y dos que sí. Voté que debemos ser retirados de participar en el mundial. Lo hice porque ahora que estamos luchando contra la corrupción no podemos enviar el mensaje de que “el vivo vive del bobo” a nuestros niños y jóvenes.
En el fútbol por ser el deporte más practicado y visto en el mundo, encontramos muchas facetas de aplicabilidad en lo relacionado con la ética. Al fin y al cabo es practicado por seres humanos. Por ejemplo: cuando simulan una pena máxima, queman tiempo, se quedan tirados y piden camilla por el solo hecho de ganarse unos minutos o el árbitro que sabe que los jugadores ganaron más de diez minutos en artimañas y solo da dos de adición.
En fin, son muchas las que se ven durante un partido. Cuando nuestro equipo lo hace lo aprobamos y miramos de reojo el reloj. Y que en cambio cuando lo hace el contrario nos queremos quemar por dentro y salirnos de la ropa. Por lo tanto me pregunto qué cosa tan extraña tiene el fútbol que nos despierta toda esa pasión que queremos ganar a como de lugar olvidándonos de principios éticos y como nos despierta ese amor incondicional por el equipo del alma.
Dos de las conclusiones que me gustó del debate es que éticamente lo que primero debemos borrar de nuestro genoma humano heredado de nuestros conquistadores es que “hecha la ley, hecha la trampa”. Y segundo, que Colombia y Perú no son los inventores de “quemar tiempo”.
Igual de inquietante es, qué estaría pasando si el eliminado con el “acuerdo de Lima” hubiera sido La Argentina. No quiero ni imaginarlo. En consecuencia se puede concluir que muchas veces depende a quien se haga el daño así mismo es la reacción o el castigo. Surge acá otro de nuestros padecimientos internos con que “la justicia solo es para los de ruana”.
Hoy todo apunta a que la corrupción la traemos por dentro; que cuando Cristóbal Colón llegó a América trajo lo más paria o peor de España. En efecto, la tenemos en nuestros genes desde nuestra ascendencia.
En la actualidad podemos afirmar que no es un problema solo de las ramas del poder público. No sólo los congresistas, jueces, magistrados, ministros, abogados o contratistas son corruptos y el resto de colombianos solo observamos desde la barrera. Puede que lo seamos a nuestro modo y creamos que está bien o se volvió algo normal o natural. No obstante, la situación es que al hacerlo delante de nuestros niños estamos dando vueltas en un círculo vicioso.
Culturalmente estamos acostumbrados querer pasar de agache la fila en el banco, dar mordida al policía de tránsito para que no haga el comparendo, dar dádivas para que nuestro tramite salga primero, robarnos el puesto en la fila del supermercado o en la entrada al cine.
Es cierto que nada justifica esta situación, ni los afanes con que hoy vivimos y menos hacerlo delante de nuestros hijos. Así mismo creer que cuando nos lo hacen está mal pero cuando lo hacemos, el fin justifica los medios.
Para concluir, considero que es la Fifa la que debe evolucionar para corregir todas las irregularidades en el fútbol; ya que quemar tiempo en este deporte es tan antiguo como él mismo. Solo que tan de frente y sin disimular es antiético y después de tres años de excelente eliminatoria clasificar así me dejó perplejo.
Sé que algunos comparten mi posición de que las cosas no se consiguen a toda costa, a como dé lugar, pasando por encima del que sea o que todo se vale para lograrlo. Lo sé porque en mi pueblo ni caravana hubo.