Cuántos dolores de cabeza se evitarían los ricos de este país si en vez de estar haciendo marañas con su plata mandándola al exterior de manera fraudulenta, simplemente pagaran los impuestos que deben a la Nación. Pero no. Prefieren expresar su supuesta solidaridad, regalándole plata a través de sus fundaciones, a unas personas que sin duda la necesitan, pero ignorando sus responsabilidades como ciudadanos. Claro que la corrupción en el sector público les sirve de excusa, pero con sus prácticas demuestran que no tienen ninguna autoridad moral para usar este argumento porque al final usan procedimientos incorrectos para no contribuirle al fisco.
Esta globalización que también ha traído grandes dolores de cabeza, como las epidemias, los comercios transnacionales de estupefacientes, de seres humanos, de fauna, está empezando a mostrar una faceta positiva. Se descubren estos flujos ilegales de recursos que por más que movilicen sus dineros en diversos países, el mundo tiene hoy muchos mejores instrumentos para que “no quede nada oculto entre el cielo y la tierra”. Los Panamá Papers son una prueba valiosísima de esta virtud del momento en que vivimos.
Los impuestos que deben pagar los ciudadanos de una Nación son los que financian esos servicios sociales: es decir, esos bienes públicos que sectores importantes de esta sociedad desigual en que vivimos, no pueden adquirir. Pero, además esas obras, cuyos beneficios son al muy largo plazo, también requieren del apoyo estatal porque el sector privado ni quiere ni puede asumirlas. Esos apoyos estatales también salen de los impuestos que debemos pagar los ciudadanos, pero de acuerdo a nuestras capacidades reales.
Esto es bueno recordarlo, porque no hay “Responsabilidad Social Empresarial” que reemplace la labor que debe asumir el Estado de todos los países. Así que bajo la premisa el que peca y reza empata, muchos deudores del estado se equivocan si creen que esos regalitos que les dan a los pobres, que además les interesan a estos personajes por distintas razones, compensan no solo esconder su dinero y menos usar prácticas ilegales para sacar sus dineros del país a través de esas mágicas oficinas de abogados creativos, que cada vez proliferan más en el mundo.
En Colombia debe haber más de un empresario reconocido temblando porque creyeron que el caso de los Panamá Papers, se había quedado enredado en oficinas estatales por el nivel económico y social de los involucrados. Pero se equivocaron y ya empezó el destape y ojalá continúe a ver si por fin los colombianos podemos saber con seguridad cuáles son los empresarios honestos y cuáles no.
El problema, como decía un amigo, es que la mayoría de los que están terminando en la cárcel por toda clase de delitos vinculados a distintas formas de corrupción, son parte de ese círculo pequeño y de alguna forma exclusiva, que se ha destacado por sus éxitos. Acaban de recibir una lección. Ojalá aprendan.