Los colombianos ufanamos de ser el país más alegre del mundo, nos sentimos orgullosos de todas las riquezas naturales y culturales de nuestro territorio. Nos apasionamos ante un partido de futbol, una carrera de ciclismo, una competencia de patinaje o un reinado de belleza. Y no está mal, lo lamentable, es que poco y nada hacemos ante las inescrupulosas decisiones gubernamentales que nos afectan.
Somos un pueblo que se conforma con lo eufórico de las emociones pasajeras, donde la política ha perdido su sentido humanístico y se ha convertido en un negocio lucrativo. Un país donde cada día se pagan más impuestos, se sobrevive con un miserable salario mínimo y se mantiene a un exagerado y cuestionado congreso. Donde los servicios públicos cada vez son más caros y menos públicos, la salud no es un derecho sino un privilegio y la justicia a diario deja ver su inoperancia. Como si fuera poco, los encargados de combatir la corrupción tienen precio.
Nuestra tierra cada día es menos fértil. Irremediablemente vemos desaparecer nuestros páramos, secarse nuestros ríos, extinguirse nuestra flora, fauna y vegetación. Ahora, hay menos montañas, menos oro, menos esmeraldas, menos carbón, menos mar; más desiertos, más pobreza y más animales muertos en nuestros agonizantes bosques. Pero a nosotros, parece importarnos más el resultado del partido de futbol del fin de semana.
Como buenos colombianos, acostumbramos a echarles la culpa de todo a los gobernantes, y no es que no la tengan, algunos son los más despreciables delincuentes. Pero, somos nosotros quienes los elegimos. Estamos en un país democrático, donde el poder reside en el soberano pueblo. Lamentablemente, se nos olvida; a la hora de elegir no lo hacemos responsablemente.
Es por eso, que nosotros también somos culpables de las penurias que vivimos. Somos culpables porque vendemos nuestra conciencia, permitimos que nos gobiernen políticos corruptos y somos indolentes ante el sufrimiento ajeno. Tenemos una inaceptable tolerancia ante la corrupción, contemplamos sin pena alguna la muerte de nuestros niños que sucumben por inanición, consentimos la extracción de nuestros recursos no renovables y permitimos la desviación del erario público.
El presente y el futuro de nuestro país dependen de cada uno de nosotros, ya es momento de tomar parte y dar una bofetada a los corruptos que desangran nuestra nación. No busquemos responsables donde nosotros también tenemos culpa. Aún hay esperanzas para salir adelante, pero eso requiere que despertemos nuestra conciencia como pueblo, no con la cobarde violencia que tanto luto le ha dejado a nuestras familias, pero si con hechos que generen cambios positivos y brinden un mejor mañana.
Ojala para las próximas elecciones tomemos conciencia. Con seguridad veremos el mismo circo de siempre, los políticos haciendo promesas que nunca cumplen, comprando votos, repartiendo trago, entregando bolsas de cemento, regalando anchetas. Al final de la jornada, tendremos el mismo lamentable resultado, calles sin pavimentar, obras sin terminar, más medidas represivas y menos métodos educativos. Cuando observemos todo esto, no nos quejemos, hagamos memoria y recordemos que nosotros también somos culpables.