Terminada la entrega de armas por parte de las Farc, aparecen algunos hechos significativos de marcado simbolismo, con sus protagonistas y mensajes. “No tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación”, dijo en 2015 el Papa Francisco, en medio de los rabiosos ataques de la derecha radical colombiana, resistida a cualquier acuerdo con los subversivos y siempre en delirante oposición a tan valioso episodio, apoyado y aplaudido por la democracia mundial.
La paz es un concepto mucho más amplio que el silencio de las armas; es una suma superior a las partes. La ONU la define como una cultura: el rechazo a toda forma de violencia, la prevención de conflictos, la armonía entre los ciudadanos. Para ello, afirma, los gobiernos deben propender por educación de calidad, trabajo digno y bien pago, inclusión social, democratización de las oportunidades, respeto y tolerancia con los demás, equidad y muchos otros factores que interactúan para logar esa cultura. En ello coinciden con Jesucristo, Buda, Gandhi, Confucio, San Agustín y el papa Francisco. También, con personajes más mundanos: Benito Juárez, Rigoberta Menchú, Mandela, Kempis y muchísimos otros pensadores.
Entonces, ¿por qué oponerse al desarme y la reinserción de más de 7.000 guerrilleros? Para algunos colombianos recalcitrantes, el único problema son las ya extintas Farc. Desde luego, esa organización subversiva criminal sembró el terror, y es responsable de atroces crímenes; pero igual lo fueron otros movimientos armados ilegales que se reincorporaron exitosamente a la civilidad sin la resistencia de la derecha radical: M19, EPL, parte del ELN y de las Farc, AUC y otros grupos menores. Todos entendieron nuestro vehemente rechazo a la lucha armada que solo conduce a destrucción, odios y a muchos males que afectan a todos y benefician a muy pocos. Las manifestaciones violentas fueron un colofón de la violencia armada liberal-conservadora que incendió a Colombia desde los inicios de su vida republicana; combatirla es una obligación constitucional, no el capricho de un gobernante.
El principal problema de Colombia, y génesis de guerrillas, narcotráfico, paramilitarismo y otras manifestaciones delictivas, es la corrupción. Además de las impúdicas cifras, basta mirar los vergonzosos escándalos de reciente data, doctrina inherente a nuestra vida republicana. Que se sepa, esos crímenes de escritorio los cometen dirigentes políticos tradicionales. La lista es interminable, y obliga a pensar en sistemas democráticos más equilibrados entre el emprendimiento privado y la protección de los derechos ciudadanos. Comunismo, dirán los más recalcitrantes conservaduristas; neoliberalismo, pensarán los caducos izquierdistas extremos. ¿Es posible un sistema justo? Claro que sí. La evidencia grita: muchos países avanzados tienen prácticas políticas mucho más equilibradas.
La mentalidad feudal que todavía domina la vida política nacional, ausencia del estado en provincias y fronteras, corrupción desaforada, enormes cifras de pobreza, desigualdad y exclusión social, concentración de riqueza, falta de oportunidades para la inmensa mayoría, trabajo casi esclavista, falta de educación y un largo etcétera son condiciones y detonantes que favorecen toda forma de delincuencia. Repito, jamás se puede justificar ninguna forma de violencia ni la justicia por mano propia. Las secuelas de la intimidación política armada son enormes, las tragedias inenarrables, las víctimas incontables y los muertos podrían poblar una ciudad mediana. Secuestro, extorsión, desplazamiento forzado y robo de tierras son los delitos atroces más visibles, practicados por todos esos actores armados. Inclusive, algunos agentes del estado desbordaron su función constitucional de defensa para tomar partido y caer en esas mismas bestialidades que deben combatir.
La civilidad universal celebra este soberbio ejemplo de reconciliación. En Colombia, ese sector político enemigo de la reconciliación debería aplicar esta máxima de Luther King. ”Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos”.Sun Tzu escribió: “El auténtico líder vence de antemano sin derramar una gota de sangre”.
Aún sigue la violencia política armada; todavía existen bandas criminales de todos los pelambres sin control estatal; el Estado aún no tiene el monopolio de las armas. Se ha dado un primer paso que termina con una guerra de más de medio siglo. Para terminar las demás, hay que someter no solo a los criminales armados sino a los políticos corruptos junto con sus cómplices y terminar con sus desaforados privilegios y sus prácticas delictivas.