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Guernica

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com
En el Museo Nacional de Arte Reina Sofía de Madrid cuidan con celo especial a una sobrecogedora pintura de estilo cubista, obra de Pablo Picasso, que simboliza la barbarie, el dolor y la impotencia: el celebérrimo Guernica. Las tonalidades grises, negras y blancas reflejan los colores del luto; en su simbología, la lámpara de la ciencia o también el ojo que todo lo ve, que fomenta el terror de la guerra pero que también se muestra como contraria al oscurantismo y la violencia, personificados en el toro; el dolor de una madre con su hijo asesinado recuerda a La Piedad de Michelangelo.
Un soldado muerto, decapitado y desmembrado al lado de una flor que representa la esperanza de la vida; la mujer con una vela, el caballo lanceado y la etérea paloma simbolizando una anhelada paz son elementos cruciales del cuadro. Completan la dramática obra una mujer herida y otra que grita desde una casa en llamas. Cuanta maldad humana desbordada, cuanto horror trae la guerra. “Fue una lluvia de fuego, sangre y muerte”, decían los sobrevivientes de ese sanguinario bombardeo del 26 de abril de 1937. Guernica es un llamado al mundo que todo lo resuelve con violencia; parece decir que, cuando quienes ordenan las guerras no las combaten, la tragedia de quienes las sufren poco importa.

Francisco Franco dio un golpe de estado en 1936, convirtiéndose en dictador hasta 1975. Impuso un gobierno conservadurista, nacionalista, católico y anticomunista, opuesto a toda forma de democracia y declarado enemigo de las autonomías regionales. España quedó dividida entre “sublevados” y “cruzados”. Se desató la persecución a Cataluña y Vizcaya especialmente. La muerte se ensañó con los españoles. Para apuntalar su régimen tiránico, Franco recibió apoyo militar y económico de Portugal, Alemania e Italia, también fascistas.

Mientras el dictador sufría reveses en sus batallas por el control de Madrid, la Legión Cóndor, alemana, sin misericordia alguna bombardeaba a Guernica con la anuencia de Franco, de alemanes y de italianos que cogobernaban en la España franquista. Si fueron 1.600 o 2.000 civiles asesinados, igual se trató de una masacre: el pueblo tenía escasos 12.000 habitantes. Los aviones germanos atacaron el día de mercado para exterminar más personas. Poco antes, la canallada de falangistas y nazis se había encarnizado con Durango en un ataque similar. La arremetida a Guernica tenía doble propósito: de parte del dictador, “socavar la moral vasca” y “aterrorizar Bilbao”, y de los nazis, afinar su poderío aéreo preparándose para la guerra mundial que iniciarían dos años después. El bombardeo hizo salir en estampida a la población; quienes se refugiaron bajo tierra fueron acribillados con ametralladoras; las bombas incendiarias quemaron casas con gente dentro. Guernica recibió la escalofriante cantidad de unas 47 toneladas de proyectiles explosivos e incendiarios. La barbarie total.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, una de las peores atrocidades de la historia cometidas por los dos bandos (recordemos el Holocausto Nazi, la bomba atómica y los 70 millones de muertos), el Tribunal de Núremberg conformado por los aliados se enfocó en el Tercer Reich. Entre sus principales efectos están la Convención contra el Genocidio, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los Convenios de Ginebra, buscando regular el Derecho Internacional Humanitario y proteger a las víctimas de los conflictos armados, internacionales o internos: humanizar la guerra, dicen.

Los posteriores conflictos bélicos demostraron que el efecto de Núremberg fue marginal. Los pactos no han frenado la maldad humana. Hoy, el planeta entero sufre toda clase de monstruosidades en nombre de la libertad o la democracia y otros perversos subterfugios, favoreciendo la muy lucrativa industria bélica pero permitiendo también disputar enclaves geopolíticos estratégicos y controlar valiosos recursos como el petróleo y su conducción mediante oleoductos.

Mientras muchos ciudadanos del mundo que sufren las acciones bélicas piden paz, los señores de la guerra siguen lanzando bombas poderosas y armas prohibidas o realizando bombardeos indiscriminados. ¿Cuántas Guernica, Palestina o Hiroshima deben ser masacradas; cuantos Auschwitz, Treblinka o Dachau deben operar; cuanta insensatez se requiere para entender que la violencia extrema jamás ha sido solución de nada, y solo representa el fracaso de la civilización humana? No hemos salido aún de las cavernas; Einstein dijo que la tercera guerra mundial será atómica y la cuarta se librará con palos y piedras. Como en la antigüedad.