La segunda vuelta a definirse entre Macron y Le Pen confirma la creencia de que cambios sociales profundos están operando globalmente, y que los esquemas políticos tradicionales no han podido asimilarlos debidamente. Es la primera vez en la historia reciente de Francia que los partidos tradicionales no tienen candidato a las presidenciales.
Creo que es miope utilizar viejos paradigmas para entender fenómenos como Brexit o la llegada de Trump a la presidencia o lo que está sucediendo en Francia; es igualmente torpe caer en el simplismo de atribuirlos al populismo y así evitar todo intento de análisis. Cualquier aproximación a lo que está sucediendo debe hacerse prescindiendo de prejuicios –viejos y nuevos- y sin agendas ideológicas; así evitaremos caer en desfiguraciones e interpretaciones acomodaticias.
Aunque el fenómeno lleva décadas gestándose, solo hasta ahora vemos sus manifestaciones políticas. A partir de la segunda mitad del siglo pasado, los conceptos tradicionales de familia, rol de la mujer y las luchas que se dieron para erradicar la discriminación, coparon la agenda del activismo social. Paralelamente, en lo geopolítico y militar, la lucha entre socialismo y capitalismo, iniciada a comienzos del siglo pasado, entraba en una nueva etapa, la cual terminaría con el colapso de la Unión Soviética a finales de los ochentas. Ni que decir del impacto que la ciencia y la tecnología han tenido en nuestras vidas. Esto para resaltar que los temas sociales han aumentado acelerada y exponencialmente su complejidad, mientras que el andamiaje político se quedaba groseramente rezagado, cayendo en la obsolescencia.
En el siglo pasado, los partidos políticos de Occidente trazaron su agenda programática alrededor de las ideologías socialista y capitalista, o en otras palabras, partidos de izquierda y de derecha, en algunos casos, con uno de centro. Hoy abundan grupos de interés disimiles que buscan promover políticamente su causa, pero que no encuentran cabida en los partidos tradicionales. El fracaso de los partidos políticos, aunado al repudio que despiertan por diversas razones, ha llevado a buscar nuevas escenarios de participación política.
Si a todo lo anterior le agregamos que hoy prácticamente no existe un solo tema que sea exclusivamente local, entendemos que el activismo socio-político actual es transnacional, cuando no global; estamos en la era de los movimientos glocales (manifestación global para temas locales. La participación política ya no puede ser limitada por la edad, la posesión de un documento electoral o de una ciudadanía determinada, y ni siquiera por la ubicación geográfica. Hoy, cualquier persona desde cualquier punto del planeta tiene la capacidad de influir efectivamente en procesos socio-políticos que se están sucediendo a miles de kilómetros y que no le impactan directamente. Casos ilustrativos son WikiLeaks and las marchas de protesta globales. El activismo abarca incluso el arte –distinto al arte comprometido del siglo veinte- en lo que se ha llamado el arte urbano, cuyas formas pasan por el rap, grafitis, memes, etc.
Las consecuencias de esta revolución silenciosa –y a veces no tan silenciosa- probablemente se sentirán en Colombia en el proceso electoral que se avecina. El respaldo de una marca u organización política no garantiza nada; de hecho puede ser contraproducente si esa marca es asociada por el elector a la corrupción o cosas por el estilo. Asimismo, el eje programático debe actualizarse y sintonizarse con los intereses de los grupos de interés. Los candidatos están llamados a convertirse en equilibristas y encontrar la fórmula que les permita salir victoriosos. Esa fórmula incluye tanto el mecanismo de postulación como el diseño de una agenda temática que le permita aglutinar el mayor número de grupos de interés.
El enfoque temático se convierte en un ejercicio de alta filigrana porque tiene que apoyarse en elementos, causas e ideas transversales a todos los grupos de interés, mientras, se construye una colmena con nichos de intereses distintos, intrínsecamente compatibles y que por tanto permitan la formulación de un discurso efectivo con un mensaje coherente. Lograr esto exige micro-segmentar al electorado para conocerlo y entenderlo y así poder diseñar la estrategia de campaña y distribuir los recursos eficiente y efectivamente. La política y los políticos del siglo veintiuno no tienen opción distinta a valerse del poder de las poderosas herramientas y plataformas que ofrece la tecnología, si quieren seguir siendo relevantes.