Difíciles momentos son estos, los que vive nuestra patria. El desconocimiento por parte del Gobierno Santos del resultado plebiscitario es un precedente nefasto. Además, la implementación de los espurios acuerdos de La Habana, por todo lo que ellos significan y mediante el uso del “fast track”, será ruinoso para la nación. El pueblo tuvo la oportunidad de votar, y lo hizo. De los trece millones de votantes que participaron en el plebiscito, parecería que 6.50 millones quieren la paz Santos y lo que ella significa. No ven peligros.
El otro 6.55 millones de votantes querían un cambio sustancial de los acuerdos, algo que no se dio. El resultado es que la institucionalidad está maltrecha y amenazada y el país totalmente dividido. A futuro, sin embargo, el problema y gran incógnita es sobre quienes no votaron y como lo harán a futuro. En el plebiscito, diecisiete millones o un poco más de ciudadanos no lo hicieron. Se quedaron en la casa. No participaron, por pereza, por desidia, por estar aburridos con el sistema, por incredulidad, no sé por qué, pero el hecho real fue que no votaron. Estas personas deberían participar y forjar su historia y la de su país. No digo que lo hagan en uno u otro sentido, digo simplemente que lo hagan. Quienes no votan me recuerdan al espectador de una obra musical, que sencillamente se sienta y es un mero y simple espectador. Oye las cuerdas, los vientos y la percusión. Ve además al director. Ve colores y movimientos, pero ante todo escucha. Es un acto pasivo, y al final del concierto, aplaude si le gustó o hasta abuchea si no. Es decir, está ahí, inerme e inmutable, pasivo. Actúa cuando la obra está terminada, con aplausos o abucheos, o antes, simplemente retirándose. Los colombianos, el grueso de ellos, los diecisiete millones que no votaron en el plebiscito no pueden seguir así. Hay que ser parte de la historia, no como espectadores sino como forjadores y que mejor manera de ser forjadores que participando activamente mediante el voto popular. Un artista alemán llamando Joseph Beuys, de esos postmodernos, en realidad audiovisual-sociológico, participó en política en un partido con una plataforma basada en la participación popular, es decir mediante referendos. El planteamiento básico se dirigía hacia lo compleja que se había vuelto la vida en sociedad, y que ni el capitalismo, ni el comunismo o socialismo, generaban las soluciones que requerían la comunidad. Por ello, el modelo a seguir para él era el de la democracia directa participativa. Colombia tuvo su oportunidad con el plebiscito. Se trataba de decidir lo fundamental, lo más importante en los últimos doscientos años de vida republicana: la mismísima estructura social y económica y las instituciones del país. Pero este gobierno, mañoso y manipulador, engañando a muchos, vendió lo que quería vender: la paz como valor etéreo. La paz, así, se hizo a costillas de la defensa legítima del estado por más de 50 años, de las instituciones y del modelo socio-económico del país, y muchos, en este proceso, no se dieron cuenta de lo que realmente se trataba. Y la mayoría, ni voto, les fue indiferente lo que acontecía. Para quienes no votaron y fueron indiferentes, queda un mensaje: No sean espectadores, forjen su futuro y el de su país. Las decisiones trascendentales no las pueden tomar unos pocos u otros sin su participación. Habrá más oportunidades antes de que sea demasiado tarde. Las elecciones del 2018 serán cruciales. Y si gana la oposición, seguramente una asamblea constituyente será la receta contra los dos periodos presidenciales de desgobierno. Pero hay que salir a votar. Hay que salir a la calle a participar.