Entre más conozco a Vargas más quiero a mi perro; y eso que no tengo uno. Estoy convencido de que si Vargas llega a ser presidente, no tardaríamos en lamentarlo.
El último episodio, inocentemente trivializado por los medios al llamarlo el “coscorrón”, es preocupante. En otras latitudes, y hasta donde sé en Colombia también, el “coscorrón” es delito que se paga con cárcel y que da pie para acciones civiles de reparación. Se salió Vargas con las suyas; no pasó nada distinto a que el escolta además de injuriado fue posteriormente insultado so pretexto de disculpa.
En el país del para el mamón no hay ley y usted no sabe quién soy yo, sería una calamidad elegir a quien está convencido de que es el mamón mayor y es más que todo el mundo. Los mamones creen que los ciudadanos somos eunucos y por esto podemos ser atropellados a placer. Sobre Vargas hay evidencia, por lo menos anecdótica, de que acostumbra pasarse por la faja las restricciones que le incomodan. Pretende convencernos de que la arbitrariedad –la de él- es una virtud porque esa fue la impronta de su abuelo Lleras, el supuesto gran estadista. ¡Ni que fuéramos peones en la finca de los Lleras!
Vargas hace alarde de “pragmatismo político”. Con tal de ganar votos es capaz de aliarse con el diablo. Su fortín político es la costa Atlántica, y sin entrar en muchos detalles, la Costa es la meca de la corrupción en Colombia para que no nos digamos mentiras. Muchas de las connotadas personas –mal llamados líderes- que en la Costa han sido o son dueños de la franquicia de Cambio Radical, tienen pasados cuestionables o fueron condenados por la justicia.
Si el Presidente al posesionarse jura cumplir la constitución y las leyes, ¿cómo vamos a elegir a alguien que se siente con derecho a hacer impunemente lo que le venga en gana? Para ser buen presidente se necesita mucho más que ser un buen ejecutor. En un país como Colombia se requiere probado liderazgo moral. Es hora de comenzar a rechazar las malas costumbres políticas, entre esas la corrupción, y mal podría ayudarnos alguien que, como Vargas, se vale de y cabalga en ella con fines electorales. El trueque de puentes y autopistas por principios termina siendo uno de oro por espejos.
Con respecto al incidente de la agresión al escolta, metió las patas el Vice. El escolta va a dudar la próxima vez, y los miembros de los esquemas de seguridad no pueden dudar. Un segundo de duda es la diferencia entre un atentado exitoso o no. Por otro lado, que el escolta haya recibido una agresión física sorpresiva, y Vargas no salió en camilla hacia el hospital o la Morgue, evidencia la falta de entrenamiento de los escoltas. Un esquema de seguridad es frágil cuando los escoltas solo son pistoleros con buena puntería –algo tienen que tener- y parapetos y carne de cañón. No me imagino a Obama dándole un sorpresivo coscorrón a un miembro de su anillo de seguridad; probablemente sería su último acto de gobierno. La reacción de estos escoltas ante la agresión es automática y generalmente letal. ¡Ojo con los esquemas de seguridad!
Continuando con el Vice y sus calidades personales, debería preocuparnos que adolezca de serios problemas emocionales, siendo el autocontrol el más conocido por la opinión pública; la impronta de los líderes es el autocontrol. Vargas gobernaría el país a coscorrones y a los madrazos cual república bananera; sería una verdadera pesadilla y una vergüenza. No confundamos la violencia y el irrespeto del autoritarismo con autoridad, porque aunque se escriben casi igual no son lo mismo. Vargas no quiere ser presidente sino emperador.
El maestro Echandía es recordado por aquella despectiva frase de las elites contra los gobernados: Colombia es un país de cafres. Lo que no entendió Echandía –o más bien se hizo el pendejo- es que los mayores cafres que ha tenido Colombia, y por esto estamos jodidos, son los que nos han mal gobernado por tan largo tiempo.
Vargas representa ese país que todos queremos y debemos cambiar para tener un sociedad más igualitaria. Ojalá no nos toque elegirlo por falta de una mejor opción.