En una entrevista reciente, el actual alcalde de Cartagena responde a una pregunta sobre posibles cambios en el pensum académico de esa ciudad; se refiere específicamente a la filosofía, responsabilizándola de la deserción escolar, tal como piensa mucha gente en Colombia. Para muchos, existe una dicotomía entre la educación orientada a lo meramente práctico, utilitarista y economicista -esa de “darles herramientas a esos muchachos para que verdaderamente puedan salir adelante”, como manifiesta el señor Manolo Duque-, y la educación contemporánea, profunda y estructural que genere los cambios sociales necesarios: es decir, la diferencia entre la formación orientada a la solución de las necesidades básicas del individuo y la educación orientada a modificar las bases sociales de la nación. La pregunta obvia es: ¿para qué sirve entonces la filosofía en la educación?
Ante todo, esa separación propuesta es artificial y falaz. Ambos escenarios no solo pueden sino que deber coexistir interrelacionados. Mediante la filosofía se organiza una nación: un pensamiento colectivo imperante define asuntos críticos como la constitución política, la estructura social, el conjunto de principios y la escala de valores, el tipo de educación, la equidad y un sinnúmero de atributos que pueden hacer ordenado, honesto y moderno a un país, o enviarlo por la senda del atraso, la corrupción y los antivalores. El deber-ser de las sociedades emana de la filosofía: el bienestar de una nación depende de ello, y construye su manera de pensar, ocupándose de asuntos primordiales como el conocimiento, la verdad, la moral, la mente o el lenguaje.
De hecho, existe una rama de la filosofía orientada a la educación que busca la socialización de los alumnos a través de la formación de los docentes, enfocándose en lo debido, lo permitido y lo prohibido. Sobre ella se han pronunciado pensadores de la categoría de Platón, Rousseau o Dewey: si bien emanan de fuentes, tiempos y circunstancias distintas, coinciden en promover las potencialidades de los individuos y los conjuntos nacionales buscando cambios sociales positivos. La lógica, la ética, la estética y la política proceden de la filosofía desde la época de los griegos, y ha imperado en sociedades contemporáneas avanzadas. Si no detenemos un poco, encontraremos filósofos contemporáneos de incuestionable influencia en la política global: Bertrand Russel, Karl Popper, Heidegger, Sartre, Ortega y Gasset, Foucault o Chomsky. Por el contrario, la actual repulsión por la filosofía ha generado contextos sociales inaceptables como el nuestro en el que brillan seres vacíos, caracterizados por la pérdida de valores como el desprecio por la vida humana, la naturaleza, el pensamiento ajeno y la sociedad misma. En vez de formar seres pensantes comprometidos con la nación, se promueve la competencia feroz y egoísta por logros individuales con pésimos efectos a largo plazo: carencia de pensamiento crítico, insolidaridad, cultura del atajo, facilismo, antivalores y delincuencia derivada, etc. Terreno fácil para políticos inmorales, soluciones enfocadas en los efectos y no en las causas, superficialidad, vanidad y desprecio por las ciencias sociales, políticas o humanidades en favor de la idolatría por el dinero y la fama.
Entonces, en vez de mirar a la filosofía como una pérdida de tiempo académica, es necesario involucrarla en la educación colombiana actual. Ella misma produce las preguntas y plantea las posibles soluciones: ¿dónde fallan los sistemas educativos y sus contenidos, los docentes y filósofos de nuestra educación? ¿Debe ser el Banco Mundial el que determine el rumbo de la educación? ¿Qué piensa la nueva Ministra y su equipo frente a los actuales retos? ¿Cuál es el papel, la importancia y el impacto de los pedagogos y filósofos en la educación?
El filósofo Fernando Savater dice: “el educador debe enseñar a pensar, y pensar en lo que está pensando”; los docentes no deben limitarse a transmitir conocimientos; debe ser agentes de cambio social enseñando y aplicando la filosofía. El futuro de Colombia está ahí, precisamente. La filosofía no es una pérdida de tiempo ni un obstáculo: es la piedra filosofal para construir una sociedad moderna, incluyente, respetuosa, honesta y digna: en una palabra, civilizada. La educación y la filosofía están ligadas intrínsecamente a la libertad. La educación es la vía al poder; la filosofía, la herramienta para ejercerlo debidamente. Por eso, es obligación enseñarla desde la primaria.