El respaldo ciudadano a la democracia deberá ser siempre creciente, no permitirse bajar la guardia, a pesar de los desmanes que contra ella y en nombre de ella se cometan y a pesar que los resultados obtenidos no sean siempre los mejores.
No obstante, no puede fracasarse en la construcción de un modelo de bienestar plenamente garante de los derechos humanos, y los gobiernos ser capaces de garantizar seguridad pública y construir reglas de juego que alienten la participación ciudadana y la formación de una poderosa cultura cívica que nos conduzca a un modelo de confianza normativa, a fin de recuperar la confianza comunitaria para que cada vez tenga más participación en los mecanismos tanto políticos como sociales sean cuales fuere, siempre y cuando vayan en su beneficio.
No son mayores los niveles de participación ciudadana y comunitaria, hecho que indica y evidencia, que a pesar de lo mucho que está en juego, a la mayoría de las personas les resulta indistinto —por decir lo menos— quién gana o quién pierde, lo que es grave, ya que el agotamiento de la democracia puede provenir con prontitud, al convertirse en la incapacidad del sistema de partidos de generar liderazgos y líderes con la autoridad suficiente para convocar a la construcción de un “nosotros”. Sobre el particular, la catedrática Adela Cortina, señala que una democracia sin “demos” corre el riesgo de convertirse en un sistema en el que predomina la masa, y no la idea de un pueblo que, en la diversidad y la pluralidad, se reconoce en torno a un proyecto común solidario.
Requerimos, camino a ese fortalecimiento democrático, mensajes coherentes dirigidos a generar sólidas posturas soportadas en válidos constructos, con eficacia, eficiencia, propósitos nobles y la exaltación de lo bueno y mejor. Ello interesaría a todos a participar en la vida política y social, toda vez que le encontraría el buen sentido que ellas entrañan.
Tienen la obligación los partidos, grupos y movimientos políticos, darse a la labor permanente y continua de construir una plataforma político-ideológica sustentada en la congruencia y compromiso democrático y social, plena y profundamente acreditado por sus líderes, a fin de no seguir aprisionados en un sistema que no consigue confrontar los intereses creados, ni provocar el urgente quiebre de las condiciones estructurales de inequidad, desigualdad y pobreza que vivimos de manera generalizada, que de no reordenarse, resultará absurdo esperar que la democracia siga enhiesta y se constituya en un sistema de gobierno no solamente respaldado, sino también anhelado por la mayoría.
Preocupémonos por la democracia, más por cuanto existe un malestar generalizado y una desconfianza ante todo y todos, lo que alimenta las posibilidades que violencia y pobreza se consoliden como escenario de inmediato plazo, más cuando hemos llegado a un punto en el que las opciones para la ciudadanía se están agotando y otros escenarios nada halagüeños se profundicen y las salidas se cierren, ameritando lo cual que las estructuras políticas generen los pactos necesarios que lleven a transformaciones y asuman, de no hacerlo, la responsabilidad de ser artífices de un probable fracaso democrático de nefastas consecuencias.
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Lo probable es que al ganar el Si, los guerreristas busquen un conflicto interno desde la derecha o un conflicto externo no sólo para complacer su esencia humana que necesita vencer
o someter, despreciando la racionalidad del diálogo, para sentir que son poseedores del Poder, obtenido al fragor del fuego y el olor acre de la sangre de sus semejantes.