El 22 de junio de 2016 pasará a la historia como aquel en el que Colombia, después de más de cincuenta años de conflicto armado y violencia fratricida, se ha acercado más a vivir en paz. Se ha pactado el silencio de los fusiles. Desde tempranas horas de la mañana la Delegación de Paz de las Farc-EP empezó a escribir en su cuenta de Twitter #ElÚltimoDíaDeLaGuerra. Posteriormente, la confirmación la hizo el guerrillero Carlos Antonio Lozada, quien encabeza a la delegación en la subcomisión técnica del fin del conflicto. Luego, se publicó en redes sociales el vídeo de la lectura del Comunicado Conjunto #74 sobre el Acuerdo para el Cese al Fuego y de Hostilidades Bilateral y Definitivo, por parte de Marcela Durán, integrante de la Delegación de Paz del Gobierno Nacional, acompañada de Marco León Calarca.
Las víctimas directas de este conflicto se hinchan de esperanza porque cesó la horrible noche de vivir en un territorio en el que el sonido silvestre son los helicópteros, el tableteo de las balas, las bombas y las ráfagas. Quienes han vivido en medio del fuego cruzado, las madres que han parido hijos para la guerra, los hijos que han quedado huérfanos producto de la mortandad que ha habitado a Colombia durante décadas, pueden empezar a soñar con la escritura de una nueva historia. Una historia hasta ahora desconocida para toda la población colombiana. ¿En qué momento de su vida usted ha podido decir que los soldados se guarecen en sus cuarteles, sin estar combatiendo a un supuesto ‘enemigo interno’ en regiones agrestes sino resguardando las fronteras y la soberanía nacional, que es su objetivo misional? ¿Cuándo ha podido descansar del azuzamiento de los medios y la clase política colombiana que lo invita a tomar partido en una guerra entre compatriotas? ¿En qué elecciones presidenciales ha participado donde el tema de campaña sea la continuación de la guerra o la instalación de diálogos con las insurgencias?
En este país donde los paramilitares jugaron fútbol con la cabeza decapitada de un campesino, o donde le rellenaron de piedras el estómago a los cadáveres de los civiles asesinados, es donde hoy se sueña con finalizar la barbarie y respetar la vida humana. En este país donde las insurgencias han cometido vejaciones contra la población civil, pero sobre todo donde el Estado ha sido enemigo y no protector de los derechos de los colombianos en medio de la guerra, es que se puede empezar a escribir una nueva historia.
El camino no es fácil. El último día de la guerra no es el primer día de la paz. Entramos a un limbo donde la salida depende de la participación decidida de todos y todas, pues desde nuestra cotidianidad podemos idear muchas rutas y formas para engendrar una Colombia tranquila, reconciliada y reconstruida. El acuerdo logrado en La Habana no es la redención, sino una oportunidad para redimirnos nosotros mismos de todo el horror y la horrible noche de esta guerra que se pudo evitar en muchas ocasiones.
Si estamos en otro tiempo, permítaseme saludar el acto de valentía de las Farc-EP de haber perseverado en este proceso de paz, aún después de haber sido engañados y embaucados en La Uribe en 1984, de haber fracasado en Caracas y Tlaxcala en 1991 y 1992, en el Caguán en 2002, después de la arremetida brutal del gobierno de Uribe y de haber presenciado el asesinato de su comandante Alfonso Cano, en total indefensión y fuera de combate, en 2011, en medio de los primeros acercamientos secretos con el gobierno de Santos. Sus errores, inconsistencias y desaciertos no son plausibles. En la guerra no hay moral ni ética, hay cálculo, estrategia y tácticas. Hay instinto de supervivencia y ansias de victoria. Dos contendores sobrevivieron pero no triunfaron, ninguno sobre el otro. Por ello se sentaron a dialogar. Que sea en la arena política donde se muestre la moral, la ética y la superioridad de cualquiera de los dos.