Acaba de iniciar la cuaresma en los países de tradición cristiana, un tiempo litúrgico celebrado por la Iglesia católica, la ortodoxa, la anglicana, así como por algunas vertientes de la protestante. Durante siglos de práctica de este período, se ha enfatizado en que es un tiempo de reflexión y penitencia, asemejándose a los cuarenta días que ayunó Jesucristo en el desierto, según los relatos bíblicos.
Se concibe como una etapa de despreocupación por las actividades rutinarias y la esfera corporal, para alimentar el espíritu y reorientar el rumbo vital de cada persona. Una preparación para la fiesta de 'Pascua', o como lo conocemos mejor acá, el 'Domingo de resurrección'.
Por encima de las distintas religiones y creencias que se profesen, surge en algún momento de este período, sobre todo en la 'Semana Santa', cierta inquietud por la vida y legado de Cristo.
Quienes nos hemos adscrito al agnosticismo, reducimos el tamaño de aquel personaje a sus justas proporciones, para rescatar valores éticos y morales del evangelio que predicó y quedó consignado en la Biblia. Si resucitó o no, si lo concibió una virgen o no: esa cuestión se la dejamos a los teólogos y a los devotos.
Colombia es un país con una suprema y arraigada creencia católica y cristiana, traída con violencia por la invasión europea de una tierra donde se adoraba al Sol, la Luna y las fuerzas naturales. Más allá de lamentarnos eternamente por este hecho y condenar y maldecir a Occidente y a la Iglesia católica por todas las atrocidades que se cometieron en nombre de la 'evangelización' en América, no podemos obviar este hecho ni excluir a la multitud de feligreses de la construcción de paz que requiere esta nación.
No obstante, sí podemos hacer una valoración de la responsabilidad de la Iglesia y su postura en los diversos conflictos del mundo, y en el conflicto armado interno que sufrimos desde hace más de medio siglo.
En este juicio, encontramos posiciones que se rajan, que promueven el odio: curas que han bendecido los fusiles con los que paramilitares han ido a perpetrar masacres, autoridades eclesiales aliadas con el fascismo internacional y las mafias, prédicas desde el púlpito que han promovido el odio, la satanización de la diferencia, el racismo, la perpetuación de la pobreza…Podríamos seguir con la lista. Pero también hallamos un evangelio eficaz, cercano a los desposeídos y marginados que necesitan un mensaje de esperanza, que más que prometer la vida eterna, traiga el cielo a tierra. Dentro de esta corriente se enmarca Camilo Torres.
Su vida multifacética y su relación con distintos ambientes del entorno social lo hizo conocer una realidad completa del país. Mientras cursó su carrera sacerdotal, su inquietud por la sociedad le hizo crear un círculo de estudios sociales. Luego, para especializarse viajó a Bélgica, obteniendo más tarde el título de sociólogo en la Universidad Católica de Lovaina.
De regreso a Colombia, y siendo nombrado capellán de la Universidad Nacional de Colombia, se embarca junto a otros brillantes intelectuales de la época en la fundación de la primera facultad de sociología de América Latina, al tiempo que desarrollaba acciones comunales en los barrios populares de Bogotá. Después fundaría en Frente Unido como una respuesta popular, democrática y contestataria al invento oligarca del Frente Nacional.
Habiendo visto agotadas las opciones pacíficas y legales, Camilo Torres decide incorporarse a la guerrilla del ELN, donde impartió ideas y elevó el ánimo de la organización, muriendo en su primer combate como guerrillero sin haber cobrado la vida de nadie en la lucha armada. Toda una novela de amor y de abnegación cristiana.
En un país en el que una gran parte de la población se ufana de ser seguidora ferviente de Jesucristo, pero a la vez ha permitido que medios y clase política siembren rencor, odio e intolerancia en sus corazones, el ejemplo de Camilo Torres logra ser la síntesis reconciliadora entre las creencias religiosas populares y los anhelos de transformación que se han sentido en Colombia desde hace décadas.
Más allá de la semejanza que tiene Camilo, en el desenlace fatal de su existencia, con el personaje angular de toda la tradición cristiana y con el revolucionario más insigne de Latinoamérica que también fue crucificado a bala en medio de las montañas, el cura guerrillero es la demostración, repetida mil veces en esta nación y este continente, que la mezcla entre brillantez intelectual y sensibilidad humana desembocan en una vida entregada, hasta las últimas consecuencias, por la liberación y la materialización del amor eficaz entre prójimos.Por: Sebastian Herrera Aranguren
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