Escrito por:
María Padilla Berrío
Columna: Opinión
e-mail: majipabe@hotmail.com
Twitter: @MaJiPaBe
Estudió economía en la Universidad Nacional de Colombia y actualmente se encuentra terminando sus estudios de Derecho en la Universidad de Antioquia. Nacida en Riohacha, radicada en Medellín. Ha realizado varias investigaciones académicas con la Universidad Nacional y se ha desempeñado como ponente en diversos eventos académicos a nivel nacional e internacional. En la actualidad es dependiente judicial y dirige el cine club de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia.
"Con vida los llevaron, con vida los queremos", es la consigna de impotencia, frustración y esperanza de quienes llevan décadas luchando por la verdad, en este caso, las madres y abuelas de plaza de Mayo. Es más, detrás de esas palabras el sentimiento más parecido a la realidad es "queremos saber qué pasó", pues, 30 años después las esperanzas de encontrarlos con vida están casi totalmente aniquiladas, y digo casi porque el tema del desaparecimiento, a pesar de lo obvio, encierra ese marco de zozobra y esperanza a la que se acogen sus víctimas, dedicando el resto de su vida a acariciar la más mínima y remota posibilidad de encontrarlos con vida, escondidos detrás de cualquier acontecimiento insólito.
La dictadura argentina, la cual se estima que dejó cerca de 30,000 desaparecidos, aparte de ser responsable de miles de torturas, intimidaciones y asesinatos, es la protagonista de cientos de niños que nacieron en medio de esa persecución y fueron vendidos o entregados a familias que los criaron, pero a las que no pertenecen. Muchos de ellos ni siquiera saben sus orígenes, y no faltarán los padres inocentes también. El caso es que, esos niños despojados de su verdadero tronco ancestral, se suman a la cadena de sufrimiento de esas madres y abuelas que un día salieron a buscar a sus hijos y, al no encontrarlos, emprendieron la búsqueda de los hijos de los hijos, que tampoco aparecían.
En medio de las denuncias, y como las guerras se prestan para todo, muchos de los huérfanos, no contentos con ser víctimas por la muerte de sus padres a manos de una dictadura, son también víctimas directas de sus mismos padres adoptivos, por ende, los padres y familiares de esas personas que desaparecieron tuvieron que cargar con el dolor de haber perdido a sus hijos y a sus nietos, éstos últimos sin siquiera conocerlos.
La historia oficial, una producción de Luis Puenzo, es un poco de ello. Si bien no recoge una historia en particular, se ciñe al drama de miles de madres y abuelas que aún hoy siguen buscando incansablemente sus hijos y nietos. Además, el film guarda una fidelidad tal que logra involucrar a los exiliados, los simpatizantes y detractores de la dictadura, así como la complicidad de quienes con su silencio participaron de estos sucesos.
Cuando leí el palacio sin máscara, la obra que recoge documentación, testimonios y narraciones de lo ocurrido en el Palacio de Justicia en Colombia, escrita por Germán Castro Caycedo, me impresionó la historia de un niño que sacaron del vientre de la madre y lo entregaron a un militar que no había tenido hijos. El antagonismo, ese que subyace en el momento en que custodian la vida de una criatura a la cual le acaban de arrebatar a su madre, convirtiéndose luego en parte de la familia de su propio verdugo, es el mismo que se vivió en la Argentina de Videla.
La diferencia entre estos episodios es que el horror del Palacio duró dos días, con una secuela de 11 desaparecido; la dictadura, en cambio, operó años y dejó un saldo de 30,000 desaparecidos. El sentimiento de quienes aún buscan la verdad, por su parte, viene a ser el mismo.
La memoria, esa que no le sirve de mucho a las propias víctimas, pero que es la mejor forma de crear una conciencia colectiva para garantizar la no repetición de estas tragedias, es justamente el punto de partida y de llegada de la película. El dolor de las víctimas, y siempre ha sido así, es el móvil de la construcción histórica que ha llevado a Argentina a un proceso de reivindicación a través de centros de memoria, monumentos y juicios. La historia oficial es esa semilla que, en 1985, con todos los acontecimientos frescos, fue capaz de denunciar oficialmente los secretos que algún día se revelarían.
@MaJiPaBe