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Jue, Nov

De cuatro opciones

Columnas de Opinión
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Escrito por:

María Padilla Berrío

María Padilla Berrío

Columna: Opinión

e-mail: majipabe@hotmail.com

Twitter: @MaJiPaBe

Estudió economía en la Universidad Nacional de Colombia y actualmente se encuentra terminando sus estudios de Derecho en la Universidad de Antioquia. Nacida en Riohacha, radicada en Medellín. Ha realizado varias investigaciones académicas con la Universidad Nacional y se ha desempeñado como ponente en diversos eventos académicos a nivel nacional e internacional. En la actualidad es dependiente judicial y dirige el cine club de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia.

El pasado 25 de Mayo, en la primera vuelta electoral, una cifra irrisoria de sufragantes decidió que el 15 de Junio se volvería a las urnas para decidir entre dos candidatos que, aparte de sus propias peleas personales, y uno que otro encontrón frente a algunas posturas relacionadas con el tratamiento político de ciertos temas, representan la misma cosa: el engaño y el oportunismo. El país asiste hoy a una pelea personal entre dos personajes con poder que, más allá de proponer soluciones a los problemas del país, buscan demostrarse entre sí "quién puede más que quién".


Hay que ver con cuánto descaro hicieron una campaña electoral vergonzosa, caracterizada por un rifirrafe que no tenía nada que envidiarle a esas discusiones entre vulgares sin educación, sin escrúpulos y sin ética. Como si nada, y avalados por muchos de sus seguidores, no se molestaron en hacer propuestas de fondo, de esas que urgen en un país que pareciera al borde de un abismo, ni rindieron debates, ni dejaron huella.


Con impotencia, muchos colombianos iremos a las urnas a marcar una de las tres opciones que no nos representan, pues, si bien el voto en blanco es una manera de hacernos los dignos y expresar esa inconformidad que hoy nos embarga, no representa íntegramente la preocupación con la que vemos la gravedad de la realidad del país en estos momentos. Pero bueno, el que quiera marcarlo válida y respetablemente lo hará, se supone que existe para manifestar alguna orilla ideológica. Hay una cuarta opción, pero no se ejerce en las urnas, se llama indiferencia.


Para empezar, Zuluaga representa la visión uribista del mundo, esa que llama a engaños y avala lo que le conviene, sin importar si es contra la ley, la moral o la ética. La retórica que emplea se basa en las circunstancias y todo es cálculo político. Su prontuario alberga serias y graves acusaciones, sin embargo, el poder y la injerencia política que tiene pareciera que lo blindara a la hora de responder ante la justicia, pues, entre más evidencias, más dispersas se vuelven las acusaciones. Pareciera que no existiera ley aplicable, ni juez acusador. Su sed de venganza y guerra han arrastrado miles de víctimas, esas que llevan a cuestas hoy la cruda realidad de la guerra. La educación y la salud, muy por debajo de las prioridades nacionales, agonizan frente a la arrogancia y el desprecio de quienes solamente les interesa el poder.


Juan Manuel Santos, por su parte, representa esa univisión elitista que encierra una cadena de torpezas y discursos por conveniencia. En su carrera de "caerle bien a todo el mundo" mantiene sacando cuentas de cuánto suma y resta con cada palabra, sin advertir que quienes son capaces de dilucidar sus contradicciones no se llaman a engaños. La cara que pretende mostrar, a estas alturas del partido, como el Presidente preocupado por los desprotegidos no le queda ni regular, que no se olvide su debut como Ministro de Defensa cuando encubrió los falsos positivos, y que no crea que puede borrar su papel de Ministro de Hacienda cuando sin sonrojarse siquiera salió a decir que el mínimo alcanzaba perfectamente para sostener una familia de cinco miembros, con alimentación, educación, transporte, recreación y, lo más cínico de todo, ¡sobraba para ahorrar!.


Y sin embargo, en medio de estos dos personajes tan polémicos y controvertidos, el país asiste a definir su futuro a mano de alguno, centrando la pelea en el tema FARC, como si fuera el mayor problema que aqueja al país, como si la paz fuera un favor, como si la paz fuera compatible con la corrupción y la exclusión social.


Quienes claman hoy por el NO a las negociaciones en la Habana creen que la guerra se ataca con guerra, como si cada muerto caído en combate no sumara una familia dolida y despertara la sed de venganza de algunos, lo que ha alimentado y seguirá nutriendo la guerra. Por su parte, los que avalan la mesa de diálogos entienden que la única manera de para la sangre es dialogando. Lo demás, por su parte, o hacen parte del voto en blanco, o engrosan esas filas de abstencionistas que tanto daño le hacen al país.