Escrito por:
María Padilla Berrío
Columna: Opinión
e-mail: majipabe@hotmail.com
Twitter: @MaJiPaBe
Estudió economía en la Universidad Nacional de Colombia y actualmente se encuentra terminando sus estudios de Derecho en la Universidad de Antioquia. Nacida en Riohacha, radicada en Medellín. Ha realizado varias investigaciones académicas con la Universidad Nacional y se ha desempeñado como ponente en diversos eventos académicos a nivel nacional e internacional. En la actualidad es dependiente judicial y dirige el cine club de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia.
El domingo 6 de Abril, ad portas de comenzar una nueva semana y terminando de ultimar detalles para terminar el día, empezaron a desfilar los patriotas por las redes sociales, el medio de indignación por excelencia. Noté con extrañeza quejas recurrentes sobre un tema en concreto… ¿y eso?, me pregunté cuando vi que muchos se fueron lanza en ristre contra los niños wayuu que morían de física hambre y el abandono estatal que pesa sobre las comunidades indígenas. Al rato, cuando fueron siendo más específicos, se comenzó a evidenciar que se trataba de un reportaje de Pirry.La semana abrió sus labores con un montón de imágenes y diatribas, haciendo referencia a la penosa situación de gran parte de la etnia wayuu. ¿Qué habrá mostrado Pirry que tiene tan indignados a todos? Mejor dicho, ¿Qué habrá mostrado de nuevo? Porque de todo lo que se quejaban los que comentaban eran temas de vieja data. Y entonces busqué el capítulo y me lo vi posteriormente…
La situación, tal como me lo esperaba, es penosa, pero no novedosa. Sin embargo, en medio de lo que ya sabemos y las imágenes evidenciadas, preocupa que, así como muestra una realidad descarnada que necesita a gritos medidas drásticas y efectivas, también deja la sensación de que éstas son quizás las historias menos dramáticas, pues, las comunidades visitadas están ubicadas en lugares aledaños a la capital, dejando un margen para preguntarse por aquéllas que se encuentran desierto adentro, donde el aislamiento y el difícil acceso a cascos urbanos dificulta actividades como la venta de artesanías y, lo más grave, el acceso a servicios de salud, por decir lo menos.
Y si nos detenemos un momento en las escalofriantes cifras puestas sobre la mesa, las cuales son apenas un asunto oficial, preocupa más cuando de dimensionar la realidad se trata. No es un secreto para nadie que muchos de esos niños, en medio de la lejanía, el olvido y la indiferencia, nacen y mueren sin dejar rastro, como si jamás hubiesen ocupado un lugar en este mundo. Entonces, partiendo de esta realidad, ¿cuántos niños serán los que mueren de física hambre en el Departamento de La Guajira a la hora de la verdad?
Ahora, si bien uno de los temas planteados es el de la autonomía indígena a la hora de ser ellos quienes deciden en qué se emplean los recursos, la idea de la jurisdicción especial indígena, que busca respetar esas costumbres y realidades que funcionan al interior de las distintas culturas, no debería entenderse como abandonarlos a su suerte. Y si bien es cierto que nuestros indígenas wayuu se caracterizan por sus costumbres arraigadas que los hacen ser inamovibles en sus decisiones, lo que conlleva consigo cierta dificultad a la hora de querer introducirles otro punto de vista, hay asuntos humanitarios que no admiten las escuetas excusas en las que se refugian quienes no son capaces de hacerle frente a la situación.
Pero bueno, el tema de La Guajira ya no se sabe si se trata de una "emergencia humanitaria" o una tragedia propiamente dicha, pues, la palabra emergencia denota algo que no da espera, lo que no parece ser el caso porque esta cruda realidad lleva toda una vida reproduciéndose sin que se le preste la atención que merece, son problemas que muchos sabemos que existen, y nada hacemos al respecto.
Estamos exterminando nuestras raíces, es verdad, y ya no al estilo más descarnado y sanguinario con el que lo hicieron los españoles cuando nos invadieron hace más de quinientos años, sino al peor estilo de la deshumanización e insensibilidad. Y esto no es nada nuevo, todos lo sabemos pero, como diría Darío Arizmedi: "Todo lo que pasa en Colombia es grave, pero nada es serio". Entonces, si somos conscientes de ello, ¿cuál es la indignación? Debería ser más indignación con nosotros mismos, por ser cómplices de esta tragedia, por repetir siempre el mismo círculo de malos gobernantes, por no castigar a los que harto daño le han hecho al Departamento, por el olvido y la apatía, por nuestra indiferencia.