Escrito por:
María Padilla Berrío
Columna: Opinión
e-mail: majipabe@hotmail.com
Twitter: @MaJiPaBe
Estudió economía en la Universidad Nacional de Colombia y actualmente se encuentra terminando sus estudios de Derecho en la Universidad de Antioquia. Nacida en Riohacha, radicada en Medellín. Ha realizado varias investigaciones académicas con la Universidad Nacional y se ha desempeñado como ponente en diversos eventos académicos a nivel nacional e internacional. En la actualidad es dependiente judicial y dirige el cine club de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia.
Sí, es cierto, soy apática a los políticos, aunque no a la política. Soy consciente que, de vivir en sociedad, tengo el deber, mucho más que el derecho, de participar activamente a la hora de elegir a quienes nos gobernarán, a nivel Departamental, Municipal, Nacional.
No se le puede dejar a la suerte ni "a lo que Dios quiera" el devenir de nuestro país, no podemos dejar en manos de cualquiera los cargos públicos por medio de los cuales esas personas elegidas pasan a elegir por nosotros.
Comencemos por decir que en materia presidencial, por optimistas que seamos, no hay por quién. Hay situaciones que nos arrojan a condiciones tan vergonzosas como no tener idea de cuál mal es el menos peor, no el mejor. Nos pusieron a elegir entre el sida y el cáncer, y creo que nadie querría ninguno de los dos, pero toca elegir. Los más folclóricos nos volvemos patrióticos e irresponsables y le apostamos dizque al voto en blanco, una medida desesperada, una posición digna que denota indignación, pero no por ello una apuesta viable. Alguien tiene que gobernar, y sin embargo, aquí seguimos huyéndole a la realidad y promoviendo el voto en blanco.
Pero bueno, las presidenciales, que me preocupan incluso cuando estoy despierta, son para Mayo, tenemos otros comicios mucho más próximos que atender y, aunque no elegimos presidente, elegimos legisladores, ese selecto grupo de personalidades que nos subrogan a la hora de tomar decisiones y, como fueron elegidos por "el pueblo", tienen la potestad para crear, modificar y extinguir las normatividades que tocan desde los aspectos más sutiles hasta los más trascendentales de nuestra vida. Deciden sobre salud, educación, empleo, recursos… De ahí pa' abajo.
Y lo dramático de todo ello no es que se tomen la palabra por nosotros, a fin de cuentas de eso se trata la democracia, sino de qué estamos hablando a la hora de decidir. En un país como el nuestro la apuesta debe ser a una política agresiva que contribuya a romper los círculos de miseria en el que se desenvuelven millones de colombianos día a día. No podemos seguir hablando de igualdad ante la ley cuando socialmente las exclusiones son vergonzosas.
¿Y por dónde empezamos? Si bien es cierto que la violencia, la corrupción (que es otra forma despiadada de violencia), la pobreza y la segregación generan toda una serie de situaciones que parecieran llegar a un punto de no retorno, también es cierto que debemos empezar por alguna parte. Siempre me he preguntado por dónde comenzamos a atacar para ir destruyendo esos círculos de miseria, cuál es el camino más efectivo si el solo hecho de brindar educación superior de alta calidad no constituye la panacea porque muchos rompen su relación con la educación mucho antes, se quedan en el camino. ¿Qué tan viable es ofrecer cupos escolares indiscriminadamente si la calidad es perversa? ¿Cuál es el sentido de ello?
Si bien son aspectos centrales y neurálgicos, por sí solos no representan la solución, pues, primero debemos cerciorarnos que sí se aprovechen esos cupos. Alguna vez, leyendo unos discursos de Héctor Abad Gómez, desde su óptica de médico, señalaba que no es cierto que todos nacemos iguales, porque esos niños que se gestan bajo condiciones extremas de pobreza y miseria donde la madre no recibe la alimentación y los cuidados mínimos, nacen con desnutrición ya, lo que implica complicaciones para su desarrollo, lo que los coloca en desventaja. Y si a eso le sumamos que su realidad no mejora cuando nace en la medida en que las oportunidades son extremadamente limitadas, tenemos que esos niños, desde los inicios de su vida, están siendo excluidos, ¿cómo podremos exigirle a la par de otros que sí contaron con oportunidades?
Por lo anterior, entonces, creo firmemente que mientras no hagamos una política sumamente agresiva contra la maternidad temprana y no prestemos la suficiente atención a esas gestaciones que amenazan con reproducir la desigualdad, seguiremos en el mismo punto, con tendencia a empeorar quizás. De ello, entonces, es pertinente hacer un análisis serio de la carta de posibilidades para nuestro congreso. Por ello, a manera muy personal, considero que merecen respaldo algunas candidaturas, como por ejemplo la de Claudia López, aspirante al senado por la Alianza Verde.
Una mujer sumamente coherente en su discurso, porque ha demostrado en su trayecto político y académico ser una persona comprometida con un mejor país y con la honestidad. Con el futuro no se juega.