En las discusiones políticas que suelo tener en los almuerzos con amigos y grupos de chat, por lo general concluimos que, todos los males de este país nacen, crecen y mueren en el Congreso de la República.
Cuando revisamos la historia de los escándalos de corrupción en Colombia, siempre encontramos a un congresista involucrado en el torcido y cuando se realizan las encuestas de percepción de imagen de las entidades públicas del país, el Congreso es el peor calificado por los colombianos.
Por estas y otras razones, los colombianos debemos exigir al próximo presidente de la República, la prioridad inaplazable de una reforma política que inicie por el Congreso de la República, a ver si logramos eliminar las perversas prácticas de los compromisos, extorsiones y complicidades. Comenzando por modificar el proceso de elección de Contralor, Procurador y Defensor del Pueblo, para eliminar esa perversa costumbre del truque de votos de los congresistas por puestos burocráticos en esas entidades públicas o las engavetadas de procesos disciplinarios y fiscales.
Otra practica inmoral que debe eliminarse en el Congreso es la mal llamada coalición o partidos de gobierno, un esquema político de apoyo gubernamental que terminó convertido chantaje y complicidad mutua. Ustedes me aprueban las leyes, reformas administrativas, presupuestos y me protegen a los ministros del Despacho ante cualquier moción de censura, y yo les entrego a sus partidos políticos los ministerios y demás entidades públicas con sus respectivos presupuestos para que se los repartan entre sus senadores y representantes a la Cámara. ¡Qué horror!
Claramente, la cirugía más urgente que requiere el Congreso es una liposucción para quitarle la grasa que le sobra en sobregastos de nómina y administrativos. Y hay que comenzar por reducir el número de congresistas y eliminar los exagerados salarios y gastos administrativos. No se justifica tener un Congreso con una nómina de 280 congresistas con una UTL integrada por diez empleados, dos Toyotas blindadas con choferes y escoltas, 96 tiquetes aéreos en primera clase al año, viáticos, seguros y cuatro meses de vacaciones. Según las cuentas de varios analistas, a los colombianos nos cuesta el Congreso, unos $33.000 millones mensuales.
Lo peor del cuento, es que, un grueso número de estos congresistas son anónimos para los colombianos y prácticamente vienen a pasear a Bogotá. Les aseguro que, si recogemos una plática y le pagamos a una firma auditora un estudio de evaluación de gestión a los 280 congresistas, más de la mitad se raja. Sólo basta con evaluar el cumplimiento de sus promesas electorales en sus regiones; los debates de control político realizados a ministros y demás autoridades con resultados concretos; los proyectos de Ley radicados y aprobados, y por último, verificar su asistencia a los debates de comisiones y plenarias.
En consecuencia, los colombianos estamos exigiendo un Congreso que sea verdaderamente representativo, que haga buenas leyes, ejerza un buen control político y actúe con transparencia. ¿Es mucho pedir?
En el tintero: Una reflexión final del expresidente de los Estado Unidos, Harry Truman. “Cuando uno es presidente se le rinden honores, salvas de veintiún cañonazos y todas esas cosas. Pero hay que recordar que no son para uno: son para la presidencia”.