Muchas veces nos sentimos solos y abandonados. Las discusiones que podemos tener con las personas que amamos, los fracasos en nuestros proyectos, las respuestas duras de la vida, nos hacen creer que no somos valiosos y que no merecemos nada. Tenemos la sensación de que todo está perdido y que no podemos salir adelante porque no contamos para nadie y no somos importantes.
Cuando me siento así me gusta leer Gálatas 2,20: “Y lo que ahora vivo en esta condición humana lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí”. Sí, me gusta volver a recordar, con Pablo, que el Hijo de Dios me amó y se entregó a favor mío. No puedo seguir pensando en los que no me aman, ni puedo dejar que aquellos que me rechazaron ocupen gran parte de mi corazón o de mi mente, tengo que pensar en el amor del Hijo de Dios. No se trata de despreciar a las personas que han manifestado su negativa frente a mí, sino a concentrarme en aquel que me amó hasta el extremo.
Eso me hace entender varias cosas:
- Que soy valioso, nadie se entrega por alguien que no tiene valor. Ni nadie entrega lo mejor que tiene por algo que no es valioso y si el Padre entregó a su Hijo por mí, es porque soy valioso. Eso implica que me tengo que amar a pesar de todas las reacciones de los que están a mi lado. No puedo dejar que las reacciones y los comportamientos de los demás me hagan creer que no soy valioso. Dios me ha creado muy valioso y así lo tengo que vivir.
- Que mi vida tiene sentido, porque su sacrificio en la cruz me mostró el camino que conduce a la felicidad o mejor me hizo tener claro que quien quiera ser feliz tendrá que vivir a la manera de Jesús. Entonces ningún no o desprecio que reciba me va a convencer de que mi vida es una pérdida de tiempo. El sentido de mi vida no está a merced de las respuestas reducidas y mediocres que los otros me den, sino que está sustentado por el infinito amor de Dios.
- Vivo cada situación desde mi relación con él. Entiendo que nada es más importante que esa relación y que nada me podrá separar del amor de Dios. No podemos dejar que la vida se realice en lo poco importante y trivial. Es necesario luchar por entender todo desde nuestro ser hijo de Dios. Nos entendemos de su amor y desde esa experiencia actuamos y construimos nuestra existencia diariamente.
No le demos permiso a nadie para que nos haga sentir poca cosa. No dejemos que nadie juegue con nuestra dignidad. Seamos personas que actúan con tranquilidad y serenidad, pero que se esfuerzan por dar lo mejor en cada uno de sus actos. Somos generosos, solidarios y serviciales porque entendemos que el sentido de la vida está conectado con esos valores.
No queremos ser mejores que nadie, pero trataremos de construir relaciones de equidad y justicia. Hay que salir delante de cada adversidad y esforzarnos por no quedarnos atrapados en las dificultades que la vida trae. Siente que el amor de Dios te impulsa y te lleva para que sepas vivir a plenitud la vida. Te bendigo y te deseo lo mejor.
Por: Padre Alberto Linero
Comparte: